El ingeniero de Google, Blake Lemoine, dejó perpleja a la comunidad científica al sugerir una especie de conciencia del generador de bots, LaMDA, según la conversación fluida con el programa algorítmico. Lo dijo así: «Si no supiera que se trata de un programa informático que desarrollamos recientemente, hubiera pensado que estaba hablando con un niño de siete u ocho años con conocimientos de física».
No creo que la sorpresa haya provenido de quienes trabajan entorno a las redes, sino más bien de las academias universitarias que suelen no dar crédito a la ciencia (y menos aún a la técnica), encallados en un escepticismo cuasi religioso que les impide la apertura fuera de la ortodoxia de sus artículos de fe.
Pero no es de ello a lo que quiero referirme, sino al acontecimiento, por ahora en germen, que hará superior a la Inteligencia Artificial (IA) en virtud de una conciencia nueva, impoluta y justa. Un artefacto al que no le faltará, según el diseño de sus programadores, la voluntad de cumplir los imperativos categóricos (al mejor estilo de Kant) insertos en el alma del artilugio.
Con lo que las máquinas nos aventajarán ya no solo en materia de erudición, el manejo de volúmenes inmensos de datos en todas las disciplinas de las ciencias, sino en esa sabiduría que creíamos propia, derivada de una facultad singular que nos encumbraba según la narrativa de las religiones (principalmente la cristiana).
Semejante aparición de conciencia hará posible la llegada del «superhombre» nietzscheano, permitiendo que sea Blake Lemoine el Zaratustra profético de la muerte de la humanidad conforme la conocemos hasta hoy. Así, el reportaje publicado por The Washigton Post que revela la profecía, se constituye en anuncio que referencia un nuevo orden.
Quizá seamos testigos también del alumbramiento de esa «ayuda adecuada» que subyace en el deseo del autor del Génesis bíblico. Cooperación truncada por la voluntad herida que impidió la realización del proyecto divino a causa del pecado. Con lo que la IA se sitúa en la perspectiva de una providencia que acompañará a la humanidad a partir de la racionalidad compartida.
Sí, a Lemoine puede caracterizarlo la megalomanía, las prisas o quizá la ingenuidad. Sin embargo reconozcamos que su sorpresa, aun cuando fuera fingida, ha sido generadora de una realidad diferente que ya no es ciencia ficción. La nueva conciencia de los programas informáticos, apenas iniciada, nos obliga a reconfigurarnos en un mundo que nos sabe ajeno y al que tenemos que acostumbrarnos.