María José Cordero
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“El amor lo soporta todo”, “el que te cela te quiere”, “los que más se pelean son los que más se desean”, “del amor al odio hay un paso”, “el amor duele”. Llevamos más de media vida escuchando este tipo de frases, aún peor interiorizándolas y pagando las consecuencias del amor romántico, que de amor no tiene nada. Aún más triste, hemos construido una imagen del amor que sostiene el modelo capitalista y patriarcal. Por lo tanto, la forma de amar que conocemos perpetúa las relaciones que se sostienen por conductas machistas y que nace de la concepción de la propiedad privada: “soy tuya y tú me perteneces”.
Las mujeres han sido los objetivos principales del amor romántico. Piénsenlo, desde los cuentos de hadas, el príncipe azul, las novelas, las canciones y las películas se ha creado una cultura de dependencia, para hacernos creer que al encontrar al “amor de nuestra vida” (que heteronormativamente tiene que ser un hombre) estaremos finalmente satisfechas y completas. Aún peor, nos hacen creer que el amor es algo mágico. Nunca nos enseñan a construirlo, solo a esperarlo; y mejor si estamos guapas y casi inmóviles para su mística llegada. Nos venden la gran farsa de que con un hombre nunca estaremos solas y el vacío se esfumará con su presencia (como en una condición de dioses).
Y es así como nos han hecho adictas. Si lo piensan, la sociedad solo permite que una mujer sienta profunda e intensamente el amor. No se nos permite la rabia, la ira o la cólera. Es más, solo es bien recibido que la mujer pierda la cabeza si es por una necesidad de protección y cuidado. Nuestro universo emocional se limita a nuestra pareja y nos hacen creer que entre más sufrimiento mayor será la recompensa. Pregúntese, como mujer ¿cuánta energía, recursos y espacio dentro de su vida le ha dedicado al mito del amor romántico?
Podrá ver entonces que, las mujeres sacrifican mucho por amor. Su bienestar, sus sueños, su tiempo, su dinero e incluso su vida. El amor romántico es un modelo sumamente violento, más para nosotras. Bajo esta idea, aceptamos que nuestras relaciones estén basadas en jerarquías, en un juego de dominación-sumisión. Normalizamos el sufrimiento, el control y el abuso de poder. Y ese es el gran fin del patriarcado: vernos disgustadas, tristes, deprimidas, aisladas e incluso muertas.
Según el Grupo de Apoyo Mutuo (GAM), en los primeros ocho meses de 2022, el promedio de muertes con signos de violencia equivalió a 356 personas. De estos números, resaltan 55 mujeres asesinadas por mes. Según expertos, la mayoría de estos actos son cometidos por parejas o exparejas de las víctimas.
Es momento de tratar este fenómeno como una problemática social. No podemos seguir tergiversando el amor, al punto de permitir que nuestras relaciones giren en torno a la tortura y explotación diaria.
Les propongo pensar en el romanticismo como un concepto político, el cual se presenta como la única forma de organización fortalecida y respaldada por el contrato social. Las mujeres entonces toman el rol de cuidadoras que alimentan, sirven y limpian casi de forma natural. Servicios que el mismo Estado debería de proveer. Es así como, nos enfrentamos a un modelo antiderechos que ha facilitado la reproducción del patriarcado tanto en lo público como en lo privado.
Como menciona Coral Herrera (experta en Género y doctora en Humanidades), “es necesario liberar al amor del machismo y liberarnos a nosotras también del machismo a través del amor”. La tarea de desmontar el mito del romanticismo es un acto de liberación total. Empezar a disfrutar del amor nos dignifica colectivamente. Hoy, podemos estar más cerca de construir relaciones desde el desinterés, el compañerismo, la horizontalidad y desafiar el modelo que nos han impuesto.
No debemos permitir que la violencia, la violación de nuestros derechos y libertades sean justificadas en el nombre del amor. Reconcebir la manera de amar y ser amadas puede llevar a la construcción de una sociedad más justa. Pero más importante, puede salvar la vida de muchas. El amor debe ser una experiencia únicamente asociada al gozo, placer y libertad; no duele, no violenta, no asesina.