Mario Alberto Carrera

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Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera

Hace unos días traté, en este mismo espacio, de explicar apretadamente en qué consiste el complejo de Edipo (tan manoseado hasta en revistas del corazón) no con el fin de montar cátedra de Psicoanálisis, sino para utilizarlo como auxiliar en el proceso de cala de una obra literaria: la de Franz Kafka. Sin embargo, se me olvidó añadir que si bien la experiencia vital del complejo de Edipo se vive intensamente entre los tres y los cuatro años, hacia los cinco –si todo va “bien”- debe irse difuminando y olvidando, aunque quedan remanentes y secuelas. Y la pasión edipiana que consumió al tierno protagonista (fundiéndose en otros intereses o tal vez en la siguiente etapa freudiana: la de latencia) se cancelará.

He de indicar que no estoy de acuerdo con marcar tan radicalmente las etapas sexuales de la niñez, porque no ocurren con tanta precisión. Lo digo por experiencia, por observación y confesión de otros.

Dicho sea de paso -y asimismo- no creo en la etapa de latencia (que Freud diseñó y describió). Pienso que unas veces más –otras menos- el niño continúa teniendo interés por lo sexual -hasta hacerse este interés totalmente intenso- con la llegada de la adolescencia. El niño –afirmo- no se queda in albis sexualmente. Haya o no retención en la etapa edipiana o en las etapas bucal o anal que, como sabemos, muchas veces tampoco se rebasan y son promotoras –las tres- cuando no se superan (y nos envuelven completamente) de Neurosis o de psicosis.

La obra que escribe Kakfka brota, emerge y se revela expulsada ardientemente desde el fondo triste de un niño desesperado. Si la vemos con ojos tradicionales, cuadrados de poca profundidad o temerosos de ciertas cuitas humanas, diríamos, acaso, que no es posible que un adulto entrañe semejantes desventuras y zozobras (provenientes de tal fuente) y que se exprese como si fuera (ya adulto) un inerme niño maltratado o abusado verbal y sentimentalmente por un padre del que no se puede liberar ni defender.

Su discutida, polémica y arrasadora “Carta al Padre” da principio así:
“Querido padre:
Una vez, hace poco, me preguntaste por qué afirmaba yo que te tengo miedo. Como de costumbre no supe contestarte nada en parte precisamente por este miedo que te tengo y en parte porque en la argumentación de ese miedo entran muchos detalles, muchos más de los que yo pudiera coordinar hablando. Y si ahora intento contestarte por escrito, mi respuesta resultará de todos modos muy incompleta, porque también al escribir me cohíben –frente a ti- el miedo y sus consecuencias y porque la magnitud del tema rebasa grandemente mi memoria y mi entendimiento”.

¿Es posible que un hombre de casi cuarenta años haya redactado una epístola (conocida y debatida mundialmente) cuyas primeras líneas den principio así?

¡Claro que es perfectamente posible!, siempre que el redactor sea un hombre que, por muchas razones, no rebasó la etapa del complejo de Edipo y se quedó retenido en ella, acorazando allí temores y terrores que sólo un pequeño niño puede experimentar tan intensos cuando es violentado de la forma que sea.

Kafka tenía una mente privilegiada pero muchas de sus vivencias no maduraron y se quedaron para siempre infantiles y en regresión, temiendo eternamente la cólera y la iracundia paterna y el rencor que presentía siempre vivos en el padre y en su corazón agresivo.

Desde luego no todos los hermanos de Kafka sufrieron y quedaron retenidos en el complejo de culpa-castración que genera la figura vengativa y altiva del progenitor, a pesar de que con todos fuera el padre igualmente severo y rudo aunque en una familia disfuncional -con un padre castrante- el producto es un desastre general, casi siempre. Mas Kafka dueño de un temperamento y una constitución más bien frágil, fue terreno propicio y digamos que patológico para que el complejo de Edipo enraizara hasta provocar la somatización por el camino de la tuberculosis.

De esta raíz siniestra y enteca brota una obra intensamente luminosa e iluminante, desde luego horriblemente vivida por el protagonista-escritor. Pero su sacrificio y su experiencia existencial han sido resarcidos por la gloria y la eternidad. Aunque yo creo que ni gloria ni eternidad ni fama ni fortuna pueden resarcir y cancelar las grotescas visiones de las que una fuente literaria como la de Kafka se nutre implacable en El Silencio de las Sirenas o en El Proceso.

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