Prácticamente se fue la primera de las pocas semanas que tendrá la campaña electoral y lejos de abrir un intenso debate sobre la realidad del país lo que vemos son líos e impugnaciones que nos confirman la ausencia de una verdadera política que se fundamente en una visión de país que nos saque del atolladero en el que estamos. Por absurdo mandato legal los políticos tienen que ashilotarse la trompa antes de que se convoque a elecciones porque, de lo contrario, serán acusados de campaña anticipada y eso hace que nuestra clase política se dedique a otros menesteres (arreglos con financistas, por ejemplo), en vez de estar analizando lo que ocurre y proponiendo qué se puede hacer.
Tras ese letargo, que a muchos les cae como anillo al dedo porque mientras menos hablen menos se evidencia su incapacidad, viene la tal convocatoria y cuando uno esperaría que ese tiempo desperdiciado hubiera sido utilizado en elaborar planes o, por lo menos, una campaña basada en compromisos y ofertas serias, resulta que los equipos de los partidos políticos están dedicados a espulgar a sus adversarios para encontrar posibles hechos que permitan impugnar las nominaciones. Y es que como saben que hay un Tribunal Electoral que tiene raseros tan distintos, pues es natural que todos traten de sacarle raja a esa situación para ver si logran eliminar del enorme listado de candidatos a aquellos que puedan parecer más difíciles de vencer.
Los planes de gobierno elaborados por los partidos y sus candidatos son generalmente una serie de ocurrencias que nunca son realmente consideradas como algo ejecutable. Libros enteros se escriben llenando las páginas con puras babosadas porque, de todos modos, se sabe que no serán siquiera leídos por la población y, menos aún, por los candidatos supuestamente encargados de llevarlas a la práctica si es que llegan a ganar las elecciones. Eso hace que las campañas cada vez más tengan que girar alrededor de ideas populistas que puedan causar alguna atracción a ingenuos electores o a fanáticos que, por ejemplo, creen fervorosamente en su fe pero no les importa que quien hable de Dios sea alguien que en su vida personal muestra su desprecio por los valores fundamentales.
No hemos escuchado, al día de hoy, ninguna propuesta seria sobre cómo enfrentarán el problema de la corrupción y la prostitución del sistema de justicia, elemento clave y fundamental si queremos construir un país en el que podamos confiar en la correcta aplicación de la ley para proteger a los honestos y decentes y castigar a los criminales. No hemos escuchado ni escucharemos algo serio respecto a los notables vicios del sistema de compras y contrataciones del Estado, manoseado frecuentemente para facilitar las operaciones que se nutren de sobornos y privilegios.
La Educación del país está maltrecha y el nivel de nuestros educandos termina dando pena cuando se conocen los resultados de las pruebas anuales que se hacen. Nadie menciona cómo lidiará con un Joviel Acevedo, quien es pieza clave de ese descalabro ni se toma en cuenta, en absoluto, la situación de la salud que mostró su patética inhabilidad con el tema de la vacunación, para citar lo más importante.
Pero todo ello es irrelevante y, lo peor, si lo abordan lo harán con el cínico comportamiento de mentir para convencer ingenuos.