Por Luis Alberto Padilla
Como todos sabemos los procesos de integración latinoamericanos se iniciaron en los años 50 gracias al impulso que les dio la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) , entidad de Naciones Unidas que bajo la conducción de Raúl Prebisch postuló la sustitución de importaciones como el camino más adecuado para promover la integración económica de nuestros países. Sustituir importaciones significaba industrializarnos, cosa que no fue del agrado de los países ricos del norte global (Estados Unidos principalmente, pero también Inglaterra) quienes promovieron la idea del ”libre comercio”, uno de los pilares del neoliberalismo, junto con las privatizaciones y la famosa “estabilidad macroeconómica”. Esto impidió la industrialización y en consecuencia en el sur global continuamos siendo países periféricos, “subdesarrollados” y neocoloniales. Aunque en todas nuestras ciudades brillen los enclaves lujosos del capitalismo moderno al servicio de las clases acomodadas, carecemos de una industrialización digna de ese nombre pues la mayor parte de productos que se pueden adquirir en los “shopping centers” y grandes “malls” son importados de los países del norte global.
Por consiguiente, solo países que se industrializaron, como Corea del Sur y Taiwán, gracias a la reforma agraria y al hecho de haber promovido activamente su industrialización – amparados en la presencia militar norteamericana como sucedió también en la Europa destruida por la Segunda Guerra Mundial gracias al Plan Marshall – ya que, cuando estalló la guerra fría Washington se interesaba principalmente en contrarrestar la influencia mundial de potencias comunistas como la Unión Soviética y la República Popular China. Lamentablemente, en América Latina los Estados Unidos jugaron un papel diferente, apoyando a las viejas oligarquías neocoloniales y oponiéndose tanto a la industrialización como a la reforma agraria, como ocurrió en Guatemala en 1954 con el derrocamiento del presidente Jacobo Árbenz. En consecuencia, hasta ahora lo que subsiste de los esquemas de libre comercio de la época de la CEPAL de Prebisch (la desaparecida ALALC, por ejemplo) son el Mercosur (Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay), el sistema de integración económica centroamericana (SIECA) y la Alianza del Pacífico (Chile, Perú, Colombia, México) mientras que en materia de tentativas de construcción de procesos de integración con cierto grado de institucionalidad tenemos a la Comunidad Andina de Naciones (Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú) la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR: Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Guyana, Paraguay. Perú y Surinam) así como, obviamente, el Sistema de Integración Centroamericano (SICA: Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, República Dominicana y Belice).
Hemos calificado de “intentos” o “tentativas” de integración a los procesos latinoamericanos porque, a diferencia de la Unión Europea – que si es un verdadero proceso de integración – en ninguno de los casos antes mencionados se pudo construir una institucionalidad de carácter supranacional – como ocurre en la UE porque tanto la legislación promulgada por el Parlamento Europeo como las directrices de la Comisión Europea tienen ese carácter y son vinculantes para los estados miembros – razón por la cual hasta ahora ninguno de los intentos regionales ha cristalizado realmente. En consecuencia, tampoco la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), que acaba de reunirse en Buenos Aires, es propiamente un proceso de integración y por ende no podríamos decir que se encuentre en condiciones de impulsar algo así. En cuanto al CELAC, aunque carece de institucionalidad ya que se trata esencialmente un mecanismo de coordinación y concertación de las políticas exteriores regionales cuya importancia se manifiesta especialmente en los organismos multilaterales de Naciones Unidas, conviene recordar que sus antecedentes se encuentran en el Grupo de Río, el cual se estableció en los años ochenta como una consecuencia del “grupo de apoyo” de algunos países sudamericanos (Brasil, Argentina, Uruguay y Perú) a los esfuerzos del Grupo Contadora por lograr una paz negociada en los países centroamericanos, por aquel entonces en situación de conflicto armado en Nicaragua, El Salvador y Guatemala.
De manera que la pregunta que se hizo el presidente colombiano Gustavo Petro en la última reunión del CELAC en la capital argentina era perfectamente pertinente: ¿Cómo darle poder vinculante al espacio de integración de nuestros países? Al mismo tiempo que recordaba como siendo apenas el 8% de la población mundial tuvimos un 30% de los fallecidos por la pandemia, de modo que ni siquiera fuimos capaces de afrontar, como región, los desafíos que el COVID implicó para nuestros sistemas de salud. Esto tiene que cambiar afirmó Petro, agregando que de la retórica integracionista tenemos que pasar a la acción proponiendo proyectos concretos que nos permitan superar las fuerzas centrífugas que nos alejan y fragmentan sustituyéndolas por las fuerzas centrípetas que nos acercan y fortalecen, tal y como hicieron los europeos en los años 50 cuando establecieron la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, de donde se originó el mercado común, la unión aduanera y posteriormente toda la institucionalidad regional. Por supuesto, en estos tiempos en que la crisis climática es el mayor desafío que confronta la humanidad – porque nos podría llevar al omnicidio, es decir, a la extinción de la vida humana sobre el planeta – no podremos basarnos en el carbón (hay que descarbonizar al capitalismo dijo el mandatario colombiano en Davos, cumbre del capitalismo mundial) y por tanto debemos apostarle a las energías renovables, desde la hidráulica hasta el hidrógeno verde pasando por la energía solar, la eólica y la geotérmica, así como a la interconexión de nuestros sistemas eléctricos de tal suerte que incluso pudiéramos suministrar energía renovable a Estados Unidos, que también tendrán que hacer un gigantesco esfuerzo para descarbonizar su matriz energética, ya que los acuerdos de las Conferencias de las Partes (COP) del Acuerdo de Kioto, fundamentados en los hallazgos científicos del Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático, deberán hacerse vinculantes, como lo son las normativas de la OMC, la OIT o incluso del sistema interamericano de derechos humanos.
Siendo la VII Cumbre de la CELAC la cita más importante de la región ante la necesidad de insertarse colectivamente en el reordenamiento geopolítico multipolar que se está produciendo, el presidente Petro reiteró que la protección de la selva amazónica puede ser la base que nos permita lograr una reducción de la deuda a cambio de la protección de esa “esponja” de dióxido de carbono que son las selvas tropicales húmedas (aquí en Guatemala deberíamos incluir a nuestra reserva de la Biosfera Maya), contribuyendo así de manera efectiva a la disminución del calentamiento global. Por otra parte, Petro dijo también que además de retornar a una política de industrialización del subcontinente, también habría que reforzar el sistema interamericano de protección de los derechos humanos (yo no sería presidente de Colombia si la Corte Interamericana de Derechos Humanos no me hubiese amparado en mis derechos políticos recordó) agregando que ya le había recomendado al presidente Maduro, de Venezuela, retornar al sistema. Igualmente se refirió a la importancia de una reforma global de la política de drogas, a la necesidad de modernizar el sistema de transporte colectivo volviendo al ferrocarril – construyendo una red ferroviaria eléctrica no contaminante para comunicar a nuestros países – a la defensa de la democracia frente a las amenazas de la extrema derecha no democrática (mencionando lo ocurrido en Brasil, en donde los partidarios de Bolsonaro atacaron las instalaciones de los poderes estatales en Brasilia) etc. En suma, la nueva visión de Colombia sobre el proceso de integración latinoamericano que podría ser impulsado por la CELAC podría asentarse en este tipo de proyectos concretos que, en forma análoga a lo ocurrido en Europa, pudiese conducir posteriormente a dotarnos de una institucionalidad supranacional que le dé forma y contenido a un verdadero proceso de integración latinoamericana.