Mario Payeras es uno de los escritores guatemaltecos de mayor trascendencia en el siglo XX; por lo mismo, su nombre es imprescindible en la historia de nuestra poesía. Esta afirmación, desde luego, no tiene nada que ver con invento alguno de palabras nuevas o con el abandono de la sintaxis ni con la falta de puntuación en boga desde hace tiempo, pues en sus versos no hay nada de eso, sino con la diafanidad de su palabra que corre como el Usumacinta en las páginas de poemas de la zona reina, dice Francisco Morales Santos.
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Zona reina
No recordamos ya cómo éramos al principio
porque con cada día parte un cadáver nuestro
a pudrirse en el tiempo.
Nuestros mejores esbozos de humanidad futura
resultaron apenas artificios de pólvora
que ardieron bajo la lluvia de la primera noche,
porque aquí la realidad todavía está en guerra con los pájaros
e ignora por lo tanto las cristalizaciones de la decrepitud
y los tardíos laberintos
en que suele extraviarse su mudanza.
Y agreguemos:
nunca como estas mañanas
estuvimos tan exentos de los envejecimientos del espíritu
ni nuestros pensamientos se parecieron tanto
a nuestros actos.
Motivos del elefante
Me he preguntado muchas veces
dónde reside la necesidad de tu vida en mis actos
y la razón de que estando tú lejos
arda bajo la lluvia la pólvora de mi alma.
Porque mi condición de elefante
que ha vivido sin amor y que no olvida
hace que me avergüence un poco de mi propia ternura.
De ahí que sólo se me ocurra compararte
a una estrella de papel plateado,
a un aeroplano amarillo de dos alas,
a una flor.
Kilimanjaro
No es la nostalgia humana
por las viejas primaveras de un país
donde los pájaros son mansos,
ni por las lluvias de la infancia
que nos dejaron los ojos diáfanos para siempre,
sino por la región de las nieves perennes
que añoran en la vejez los elefantes
de todos los zoológicos del mundo,
hacia la que una mañana,
dicen,
emprenderemos el viaje,
con el secreto dolor de que no habrá regreso
a ninguno de los sitios en que fuimos felices.
Sobre las tres grandes vocaciones
Hoy sabemos que el regreso a las primaveras idas
es irrealizable; que el hábito de explicarse las cosas
acalambradas de contradicciones es la fuente de toda
lucidez; y que el oficio de conspiradores para cambiar
el mundo es la única manera de no envejecer.
Sierra de Chamá
Hemos llegado a un mundo
olvidado por los aviones y los pájaros.
Durante varios meses
nuestra pequeña tropa arrastró por la selva
su aparatosa impedimenta:
tres mástiles de navío,
trapecios de volatín y una carpa en harapos,
dos elefantes viejos,
una ballena maltratada por la ingratitud de la materia
y demás artefactos que generan júbilo.
Quienes sobrevivimos al último diluvio
hemos aprendido a orientarnos por los recuerdos,
porque del sol hace ya muchos meses que no se tiene noticia,
y para ver a Orión describiendo en el cielo sus piruetas
de aeroplano melancólico
es necesario esperar la vejez del verano.
Sin embargo,
nunca un puñado de bolcheviques con lombrices
había estado tan cerca de tumbar la ley endurecida
que gobierna la hechura de toda mercancía.
Dos cosas más aprendimos en la lluvia:
cualquier sed de hombre tiene derecho cuando menos a una
naranja grande
y toda tristeza a una mañana de circo,
para que la vida sea, alguna vez, como una flor
o una canción.
La estrategia y la flor del tamborillo
Quien piensa dirigir una guerra en la selva,
tiene que aprender de la flor del tamborillo.
Ningún general asedia al adversario con tanta
maestría, como esta flor amarilla. Todos los años
toma febrero por asalto, instaura la floración total
de la primavera y se retira sin ruido por las rutas
de marzo.
El hombre le dice barrilete a su amor
No te quiero nada más por tu semblante
de barrilete volado en primavera;
ni por tu condición de muchacha con el alma
bulliciosa de pájaros;
ni porque tengas el tiempo lleno de mariposas.
Yo te quiero más bien por viejas razones de hombre:
porque era a ti a la que sin saberlo
había querido hallar siempre en las gaviotas;
porque era tu alegría la que durante la niñez
buscaba los domingos en los circos llovidos,
y porque cualquiera sabe que es triste inmensamente
existir sin amor.
El pensamiento es un pájaro extraño
El pensamiento es un pájaro extraño
que se alimenta de sus propios yerros.
Toda filosofía guarda algo de los sofismas
frente a los cuales se erige como verdad.
De residuos de teoría construimos el martillo
para demoler lo viejo.
Acerca de la unidad entre el ser y el pensar
Llamamos realidad
al desconcertante mundo
distinto a nuestra conciencia
pero que solo para ésta es tal.
Para el gorila y el pájaro
no existe el universo.
De los ríos del sueño
Ahora entiendo que te coges de mí al ir
al sueño, para que no te venza la corriente
de ese río habituado por peces fosforescentes
y con luciérnagas en las orillas; para que
no te arrastre lejos de la memoria y volvamos
a ser siempre nosotros mismos cada mañana
del mundo.
Carta para el padre de un joven filósofo
Un día de estos vamos a platicar
del cielo y sus metáforas de pólvora mojada,
del estiércol del espíritu que hallamos
en ciudades sitiadas por la primavera,
y también de la tardanza de nuestra juventud
a lo largo de sus mágicos caminos sin regreso.
Lo cierto es que el mar no retuvo muchos años
y nos hizo escuchar en sus caracolas
las grandes obscenidades del olvido.
Y fue inútil taponarnos con cera los oídos
cuando llevábamos por dentro tanto desasosiego.
No hemos sido felices
porque en ninguna de las despedidas
que sin querer fueron definitivas
logramos pronunciar esa tierna palabra
que le habría evitado soledad la vida entera
a quien ya no veríamos
y aun a nosotros mismos.
Selección de textos Roberto Cifuentes Escobar.