Pasmado, helado y perplejo veía en la pantalla de la televisión que transmitía los hechos esperpénticos simultáneamente, el ímpetu desproporcionado e irracionales de las huestes seguidoras de Jair Bolsonaro en contra de las instituciones (y sus majestuosos edificios) que integran la democracia de Brasil (tambaleante) y de cualquier país que no sea absolutista o dictatorial. Los vándalos fueron contra los tres poderes: Legislativo, Ejecutivo y Judicial.
No hubo desperdicio: todo quedó entre las patas de los nuevos jinetes apocalípticos que se empeñan en secuestrar la democracia en Perú, Bolivia o Brasil, pero también en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Porque lo que queremos es respeto al que ascienda al poder sea de izquierdas o de derechas, como ocurre en las democracias europeas, La Explanada de los ministerios –señorial, imponente y notable en su arquitectura original- fue el objetivo base y esencial de los vándalos del nuevo Hitler que conocemos como Jair Bolsonaro, quien no se conforma con los resultados eleccionarios de octubre en el Brasil y está dispuesto a asesinar a Lula da Silva –por medio de agentes directos, trifulcas o en persona. Sin embargo Bolsonaro ha declarado (después de los hechos violentos del domingo último) que él condena –desde Estados Unidos- la violencia desatada en Brasilia con lo cual sólo demuestra su capacidad de hipocresía y falsedad. Todo el mundo opina que las bandas que atacaron los tres poderes de Brasilia fueron dirigidas por Jair y que obedecen órdenes del expresidente y de la inmensa agrupación que lo sigue y que dice que no descansará hasta demostrar que Lula está en el máximo cargo brasileño de manera ilegítima.
La misma cuadrilla o manada partidaria de Bolsonaro ha declarado –mediante sus dirigentes- que están por un golpe de Estado en favor de Jair y que suplican al Ejército que lo dé, instaure y gestione con mano militar.
Todo aquel que tenga una conciencia y conocimiento claros de la geopolítica llegará a la conclusión de que el caos ocurrido en Brasilia es un gesto fácil de seguir y continuar por aquellos que se decantan por el desorden antidemocrático y no por la institucionalidad.
Viene siendo simple en el fondo imitar el asalto y toma de los tres poderes brasileños (Bastilla censurable, condenable y recusable) como se hizo ya (reciente ejemplo) en el asalto al Congreso de los Estados Unidos. Porque si se pudo burlar a la policía y autoridades en Washington -incitadas por Trump- más fácil es y será hacer lo propio en países menos capaces de democracia como es en estos momentos el Perú.
Parece que tanto en los Estados Unidos como en el Brasil fueron simpatizantes de Trump y de Bolsonaro (respectivamente) quienes asumen que es la derecha la única llamada para consumar la “democracia” y la adecuada, políticamente, para dirigir los destinos del mundo y que, cuando ella no triunfa en las elecciones, es el recurso del terror el que debe ser invocado para colocar a Donald, a Jair o a Dina Boluarte a la cabeza de la “institucionalidad”.
Pero resulta que tal actitud o certeza (por parte de las derechas nazis y fascistas) no es la que los países libres del mundo anhelan para vivir realmente en lo que se llama idealmente una democracia. La caída y el encarcelamiento de Pedro Castillo es un excelente ejemplo para darse cuenta de cómo acciona la derecha extrema (antiabortista, contra matrimonio igualitario, familiar-cristiana y de macho y hembra) cuando se ve en peligro de perder el poder, ante una presencia de bulto vigoroso, de la izquierda liberal y democrática que se encuentra gobernando gloriosamente en casi todos los países de América Latina.
El poder absoluto es el punto de codicia que guía a las derechas y cuando no lo disfrutan o lo pierden provocan golpes de Estado, movilizaciones perdularias y vandálicas como la reciente en Washington, el Perú y en Brasil; o inducen a la invasión de “Ejércitos de la Liberación” como ocurrió en Guatemala cuando los “liberacionistas” -encabezados por Castillo Armas- derrumbaron a Jacobo Árbenz y su revolución del 44. Sin embargo todo este argumentar no significa que yo esté a favor de stalinistas dictaduras del proletariado sino en pro de las democracias liberales.