Jóvenes por la Transparencia

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Por Adam Franco

Estudiante de Ciencias Jurídicas y Sociales y de Relaciones Internacionales con especialidad en Analista Político, ambas en la Universidad de San Carlos de Guatemala
francosantizo42@gmail.com
fcccmarcodeaccion@gmail.com
Ig: Buer.42

Hay muchas cosas que decimos y no hacemos, desde las primeras horas del día en las que prometemos levantarnos con el ánimo más apabullante y vigoroso y no lo cumplimos. También cuando no realizamos alguna tarea pendiente por el placer de la procrastinación; hasta no demostrarle cariño y afecto a nuestros semejantes, más allá de la palabra hablada. Nos es muy difícil unificar el deseo, las aspiraciones y los objetivos con la realidad, ya sea por pereza o por impaciencia, como alguna vez precisó José Arce.

Una de esas grandes palabrerías que decimos -más repetidamente en estas épocas pre electorales- es: “vamos a ayudar a que el país cambie”. El activista, el trabajador, el estudiante, y muchas personas más se dotan a sí mismos del mérito de ser “ciudadanos responsables que sí aportan al país”, aunque en la práctica realicen acciones que podrían estar agravando la putrefacción de nuestro sistema político y social.

Esto no es necesariamente el resultado de un absoluto cinismo por parte nuestra, frecuentemente, el tener estas conductas no es más que el fruto de la ignorancia. Creemos que aportar para un cambio en el país implica acciones repletas de esfuerzo, estrategia, ahínco y consciencia. No nos damos cuenta que, con pequeñas acciones en nuestro actuar diario podemos contribuir a ese verdadero cambio estructural que necesita nuestra sociedad.

O, quizás, habrá un no modesto grupo dentro de nuestra sociedad que está esperando que con nuestras palabras sea suficiente; personas que, a falta de un mejor aporte, suponen que el hecho de rechazar abiertamente la corrupción (señalando lo increíblemente corrupto que es x personaje o institución pública) o de emitir opiniones dentro de sus círculos familiares o de amistades ya los exime de la responsabilidad de aportar más. Detrás de esto no se esconde más que la premisa que, casi de manera histórica, ha mantenido hundido a nuestro país: “Yo apoyo a los que hacen el bien, pero que lo hagan ellos. Yo no porque tengo otras cosas que hacer”.

La realidad es que, culturalmente, hemos normalizado el no asumir nunca la responsabilidad de hacer algo por cambiar el país. Somos conscientes que esto también responde a la aversión natural que tiene el hombre de asumir responsabilidades; y, ahora, casi cada mes, esa actitud nos va cobrando factura a todos. Nos corrompe y desgasta esos discursos de “buscar hacer algo bueno por el país”, que cada vez se hacen menos verosímiles.

Este año, se nos ofrece otra vez la oportunidad de cambiar el rumbo de nuestro sistema político. Quienes manejan el sistema y lo explotan, se limitan a decir que lo único que tiene que hacer usted para cambiar el país es ejercer su voto ciudadano y poco más. No obstante, sabemos perfectamente que, en primer lugar, eso no es ni será suficiente; y, segundo, que podemos utilizar una gran cantidad de espacios para denunciar y generar un verdadero ejercicio cívico que sí nos haga aportar al país de forma más habitual.

Esta vez asumamos que, para cambiar al país, debemos construir un cambio diariamente. ¿Usted es consciente que cada una de sus acciones lo pueden constituir o no como un buen ciudadano? ¿O sólo se limita a declararlo esperando que los demás le crean y así no le juzguen? Esta vez sí seamos congruentes con lo que decimos, y generemos acciones que lo sustenten. Hechos, no palabras. O como dice aquella antigua locución latina: “Res, non verba”.

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