Eduardo Blandón
“Amor cortés”. Así definía Dante Alighieri la pasión que sentía por su hermosa Beatriz. Veneración que inspiraría su poesía y su vida (quizá como deba ser). Fuente del “Dolce stil nuovo” que impregnaría hasta hoy la literatura italiana. Dante (nacido en 1265 y muerto en 1321) nos acerca a un concepto dulce del amor, sentimiento que brota de una pasión de bondad por el otro.
“Amor casto” dirían los santos. Concepto quizá contradictorio si tomado literalmente estimula al amor etéreo. Desencarnado. Porque la materia, al mejor estilo platónico, echa a perder la nobleza y la pureza que cristaliza los sentimientos. Ese amor “casto” se aleja del “amor cortés” de Dante.
El amor es noble cuando produce en el alma una nueva actitud. Un efecto que trasciende el confort de los estímulos hormonales. Ese ánimo que impulsa al bien del otro, que mueve al deseo creativo. Como en el caso de Dante Alighieri y Miguel de Cervantes. Si Beatriz y Dulcinea están en el centro de su obra es porque el amor es precisamente de otro mundo.
¿Sobrenatural? No. Amor terreno y profano. Inmanente y humano. Hecho de poesía. Al mejor estilo de san Juan de la Cruz cuando escribe:
¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este dulce encuentro!
Parecido al sentimiento de la monja suplicante:
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.