Empezamos hoy la última semana del 2022, lo cual hace propicio no solo repasar en lo ocurrido durante estos últimos doce meses sino, además, empezar a formular los propósitos que nos fijemos para el 2023, tanto en el ámbito puramente personal como en cuanto a nuestra participación en la vida social de cara a un proceso de supuesta transición resultante de la decisión popular expresada en las urnas. Quien haya escuchado el mensaje navideño de Giammattei difundido en redes sociales se preguntará de qué país está realmente hablando el gobernante, pues todas las grandezas relatadas en el pomposo discurso no aparecen por ningún lado.
Él no se ha dado cuenta de cómo la gente sigue abandonando el país por la necesidad insatisfecha de sus familias ni entiende el daño que su gobierno le ha hecho a la infraestructura nacional, totalmente maltrecha por efecto de mamarrachos fruto de los negocios que le han enriquecido a él y a quienes le acompañan en el poder. Es obvio que él es del tipo de gobernantes rodeados de una pandilla de lambiscones que se sienten a sus anchas operando en un sistema tan corrupto como para asegurar el perverso control de la justicia para que nadie, ninguno de los suyos, deba enfrentar siquiera una investigación, no digamos un proceso.
Horas después de haber escuchado ese vacío y fantasioso mensaje me enteré del terrible asesinato del ingeniero Francisco Galindo, gerente general del Hospital Herrera Llerandi y quien fue un extraordinario caballero a quien el doctor Carlos Pérez Avendaño, mi suegro, tenía una gran admiración y aprecio. Pero esos temas no aparecen, ni por asomo, en las evaluaciones de Giammattei sobre la realidad nacional pues está viviendo en una burbuja manejada por toda una partida de chaqueteros encargados de convencerlo de que el suyo es, en verdad, el mejor gobierno de la historia del país.
Así como la familia del ingeniero Galindo tuvo que pasar una trágica Navidad, muchas familias del país lamentaron la pérdida de un ser querido, ya sea porque se los arrebató la violencia o la inseguridad vial, acrecentadas en estos años, o simplemente porque el encargado del sustento de la casa se vio forzado a buscar la migración irregular como única oportunidad para mantener a los suyos. Son millones los guatemaltecos que han tenido que irse del país, aunque a Giammattei le venden la idea de que él es el constructor de muros de prosperidad para arraigar a los chapines al terruño. El único muro que realmente funciona, y que él construyó con mucho cuidado, es el muro de la impunidad para los ladrones sinvergüenzas que saquean o han saqueado al país a lo largo de tantos años.
Y esa brutal perspectiva, tan distinta a la que él tiene viendo al mundo no solo desde la alfombra que le dieron los rusos sino desde la montaña de pisto mal habido que ha logrado amasar, es la que tiene que hacernos entender que el 2023 no puede ser otro de indiferencia y dejadez, de lamentaciones sin acciones, sino es la oportunidad para emprender algo distinto, para lograr, al fin, expulsar a latigazos a todos los mercaderes del templo de la Patria.