Luis Alberto Padilla

Doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Paris (Sorbona). Profesor en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos. Es diplomático de carrera y ha sido embajador en Naciones Unidas (Ginebra y Viena), La Haya, Moscú y Santiago de Chile

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Por Luis Alberto Padilla

La semana pasada hicimos un recorrido con un grupo de amigos por algunos centros arqueológicos que se ubican dentro de la Reserva de la Biosfera Maya (RBM). Con una superficie de 21,602,04 kilómetros cuadrados el territorio de la reserva de la biosfera es similar en sus dimensiones a los territorios de El Salvador y de Belice, tratándose del espacio natural protegido más grande de nuestro país. La RBM fue establecida en 1990 durante la administración de Vinicio Cerezo para dar protección a lo que es la mayor superficie de bosque tropical húmedo que todavía existe en Centroamérica. La RBM de conformidad con la normativa de la UNESCO busca promover un equilibrio entre actividades humanas y la biosfera planetaria aplicando el modelo de desarrollo sostenible de Naciones Unidas en las políticas de conservación de los ecosistemas de cada país. En la reserva hay varias zonas núcleo de máxima importancia que abarcan una tercera parte de la reserva (7,670 kms.2) y dentro de las cuales se incluyen tanto biotopos (el Zotz, Nachtun- Dos Lagunas, Cerro Cahauí, El Pilar) como parques nacionales en los que no se admiten asentamientos humanos ni la tala o extracción de recursos naturales ( Laguna del Tigre, Sierra Lacandón, Mirador-Río Azul y Tikal) así como sitios arqueológicos (Piedras Negras, Cuenca del Mirador-Río Azul, El Tintal, Nakbé, Nakum, El Naranjo, Yaxhá, Uaxactún, Tikal entre otros) que se encuentran dentro de la RBM.

En las zonas de usos múltiples (unos 8,484.40 km², o sea un 40% de los territorios bajo protección) se ubican las zonas de amortiguamiento (otros 4,975 km², es decir el 24% de los territorios protegidos), que comprende la porción sur de la Reserva, determinadas actividades económicas reguladas están permitidas incluyendo el manejo del bosque obteniendo tanto madera y productos forestales de exportación como chicle, xate (una planta de palma ornamental usada principalmente para arreglos florales) y pimienta. Esto se lleva a cabo mediante concesiones forestales a pequeñas comunidades locales a las que se les otorga el derecho para el manejo sostenible del bosque en zonas delimitadas para un periodo de 25 años. Organizaciones internacionales que dan seguimiento a estas actividades económicas (como el Forest Stewardship Council o FSC) certifican que la producción y la tala sean realmente sostenibles y unos 4,500 km² han sido ya debidamente certificados. Según se afirma en una investigación patrocinada por la USAID, el WWF, Rainforest Alliance, Defensores de la Naturaleza, la UVG y el CONAP entre otros, se concluye que el manejo del bosque con certificación FSC: “… ha conservado efectivamente la cobertura forestal en alrededor de un cuarto de la RBM, produciendo beneficios socioeconómicos significativos para las comunidades locales” así como que “las concesiones forestales pueden conservar el bosque con la misma eficacia que las áreas protegidas, especialmente en donde hay un fuerte compromiso con la cultura forestal”. También se han concedido permisos para siembras de alimentos para el consumo de las comunidades que han sido autorizadas a residir en la RBM. Por cierto, una de las principales organizaciones de los comunitarios que trabajan en las zonas de usos múltiples de la RBM es la Asociación de Comunidades Forestales del Petén (ACOFOP) quienes acaban de renovar su concesión gracias al buen trabajo desempeñado hasta la fecha. Según los autores del documento mencionado “es claro que el manejo forestal comunitario ha sido más exitoso en donde (a) las comunidades residentes han tenido una larga historia de actividad de base forestal o (b) la concesión forestal en si no está poblada y se localiza en un área remota, manejada por una organización local a la distancia”.

Obviamente, no estábamos en condiciones de visitar todos los centros arqueológicos de la RBM, de manera que nos circunscribimos a Uaxactún, Tikal y Yaxhá. En la primera de ellas pudimos comprobar el buen estado en que se encuentra el sitio arqueológico y la vitalidad que manifiestan los comunitarios, quienes muy amablemente nos invitaron a degustar parte de un venado de los que tienen autorizados a cazar como parte de su alimentación con base en la fauna local. Conversamos con el dirigente comunitario Erwin Maas y quedamos convidados para otra aventura en la RBM para los meses estivales de marzo y abril, única época del año en que se puede hacer la caminata para visitar el parque nacional de Mirador-Río Azul. En Tikal nos hospedamos en Tikal-Inn, un hotel precioso con una linda piscina, bien manejado por su propietaria y con una espléndida cocina también a cargo de ella. Sin embargo, tienen el problema que la red eléctrica todavía no llega hasta Tikal y se ha quedado “detenida” en la puerta de ingreso al parque nacional, a 17 kilómetros de distancia. Esto obliga a utilizar generadores propios y aunque complementan los usuales combustibles fósiles con paneles solares las baterias de almacenamiento de energía no dan para mantener electricidad permanente, algo que ocurre también en todo el parque, de modo que tanto el pequeño museo como otras instalaciones se encuentran sin luz la mayor parte del día (y durante la noche sólo tienen luz de 6 a 9). Por otra parte, la endémica corrupción obligó a las autoridades correspondientes a reglamentar que todos los pagos por entrar al parque se hagan en Banrural, cuya única agencia se encuentra en la entrada principal, de modo que si alguien llega desde Uaxactún (que fue nuestro caso) está obligado a devolverse 17 kilómetros para realizar el pago en la entrada principal, algo absurdo que debería tener fácil solución al igual que llevar la red eléctrica hasta las instalaciones del parque.

Yaxhá se encuentra bien mantenido y los comunitarios aprovechan para vender artesanías y alimentos de sus propias cosechas a los visitantes. También visitamos las cataratas de la Calzada Mopán, cercanas a Poptún, en un camino de terracería que conduce a Melchor de Mencos después de hospedarnos la última noche en un hotelito ecológico llamado Ixobel. Pero el retorno a Guatemala por lo que los chapines solemos llamar “carretera al Atlántico” (debería llamarse “al Caribe”) fue una verdadera pesadilla por los continuos embotellamientos provocados por el tráfico pesado de los enormes camiones “tráiler” llevando containers. Es absurdo que ningún gobierno haya podido poner en marcha el transporte ferroviario que sobre todo ahora, en estos tiempos que confrontamos la amenaza del cambio climático, debería ser electrico y sustituir, sino por completo, al menos en un alto porcentaje al transporte automotor. Además, por supuesto, la construcción de una carretera con cuatro carriles – como la ya terminada hasta El Rancho – y podría hacerse en el marco de las famosas “alianzas público-privadas” siempre que fuese el sector privado el que la construyera, porque cobrar peaje – como sucede en la autopista a Puerto Quetzal – por algo que financiamos todos los guatemaltecos con nuestros impuestos es algo que apesta a corrupción. Y naturalmente, mantener la RBM apostándole al desarrollo sostenible y a las democracias comunitarias también es algo perfectamente factible, sobre todo si consideramos que ya la cooperación internacional ha hecho inversiones considerables para apoyar las concesiones forestales. Habría que aprovechar las ideas del presidente Petro sobre la Amazonía y pedir reducción de deuda a cambio de la conservación de nuestro pequeño “pulmón planetario” que es la RBM, aunque esto deberá esperar, por supuesto, hasta que en Guatemala tengamos un gobierno digno de ese nombre.

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