Javier Estrada Tobar
jestrada@lahora.com.gt
Cada día que pasa es más difícil evitar hablar sobre las elecciones. En las reuniones de amigos, en la casa o en la oficina siempre sale a relucir el tema, y no hay otro remedio que lanzar una o dos opiniones sobre la política nacional, que ya es parte de la cotidianidad de los que trabajamos en periodismo.
En una de esas ocasiones se me ocurrió arrojar la pregunta básica: «¿Y según vos, quien gana?». Hasta hace poco la respuesta siempre me parecía irrelevante. Solo podía escuchar como respuesta el nombre de Manuel Baldizón o de Sandra Torres, y el resto de la conversación se iba de largo hacia los escenarios que se plantean en ambos casos.
Todo fue diferente cuando una persona recién me respondió que le importaba un comino quien ganara porque siempre quedaría bien posicionado en un gobierno de Libertad Democrática Renovada o de Unidad Nacional de la Esperanza. «Creo que los dos candidatos son muy malos, pero tengo conectes en los dos partidos y no por eso no me preocupo», dijo mi interlocutor.
«Es que sin conectes no se puede. Hay que saber bien dónde meterse (en el Gobierno) para conseguir algo, o uno se queda fuera de la jugada», fueron más o menos las palabras de mi interlocutor, quien alardeaba de sus conexiones con políticos influyentes de las dos agrupaciones políticas.
Yo pensé que mi deber era hacerle reflexionar, así que le lancé otra pregunta para conocer más sobre su visión del país. «¿Y qué le conviene más a la mayoría de personas, esas que no tienen conectes?», le increpé. «Esas que miren qué hacen por sus vidas, como la mayoría en este país», me respondió.
Esta conversación me dejó una clara evidencia de cómo la ciudadanía, que dice estar cansada y asqueada de la política, también puede ser cómplice del sistema perverso que nos tiene envueltos por el manto de la corrupción y la impunidad.
Para otros, el resultado de la elección presidencial también nos resulta irrelevante, pero no es porque tengamos conectes en los dos partidos punteros en la preferencia del electorado, sino porque sabemos que las cosas no van a cambiar con una votación, y creemos que nuestra democracia necesita una reingeniería profunda.
Como ya lo he dicho antes, es fundamental fiscalizar y cuestionar las actuaciones de las autoridades, pero también es vital que los ciudadanos revisemos las conductas que contribuyen a mantener en pie el sistema de corrupción.
Si pensamos que el país funciona en base a conectes y compadrazgos, y buscamos con esa lógica las oportunidades para conseguir beneficios particulares, estamos condenando a Guatemala a continuar por el rumbo equivocado.
El tráfico de influencias es, casi siempre, un delito asociado con altos funcionarios y empresarios importantes, pero a todo nivel se cometen actos de corrupción que también socavan la incipiente democracia guatemalteca.
Si las empresas van a ganar contratos con el Estado por sus conectes o si un guatemalteco busca un puesto de trabajo por sus conexiones, no podemos esperar una mejor Guatemala, como los proponen los candidatos a la presidencia.
Sí, el problema son los políticos, pero también los que son parte de su juego perverso.