Juan de Dios Soberanis Jiménez
La revolución, en su origen como definición es el cambio permanente que se lleva a cabo en las condiciones de un sistema. Una revolución contempla una problemática que aturde o vulnera el sistema social establecido, y busca así mejorarlo mediante un cambio en las bases o fundamentos de ese sistema. Lo primero que se observa en la palabra revolución es una causa, lucha a gran escala por una condición, mediante la pura violencia para ejercer un cambio, una coacción contra el sistema que ha oprimido, y que, mediante ésta, llega la oportunidad de liberarse.
Sin embargo, no todas las revoluciones son luchas a capa y espada contra Leviatanes que arremeten contra una libertad o el interés del pueblo. Muchas veces los gigantes no son aquellos pintados en lecturas y libros que describen su fuerza y altura, al contrario, terminan por ser molinos de viento, pero para todo Quijote, siempre existe una causa. Solo es necesario saber dónde buscarla y moldearla de acuerdo a los objetivos que, según la lucha, ameritan.
Es entonces que la palabra lucha o causa comienza a adquirir antagonistas distintos al que, por costumbre o creencia, se tiene como sistema o entidad que vulnera a la sociedad. Se comienzan, según la perspectiva, a observar por separado actos vulnerantes, cooptaciones, arreglos que puede que en la individualidad no signifiquen mucho, pero al llegar a nivel colectivo agreden de forma crítica los intereses y las bases del pueblo o de un grupo específico de personas. Son antagonistas a la revolución que comienzan a adquirir caras, como la falta de salud en el entorno latinoamericano, la corrupción como un veneno vertido sobre la sociedad, la falta de oportunidades y empleos que afligen a profesionales con preparación y capacitación fundada en años y aquellos no profesionales con una pasión por mejorar y trabajar.
La misma violencia llevada a la inseguridad notoria de ciertas áreas, así se procede a mostrar las caras de esta causa contra la que luchar.
La lucha o causa, evaluando el objetivo, termina por apartar ese carácter obligatorio del uso violento con tal de conseguir revolucionar, para incorporar a primer plano el diálogo y la resolución alterna de conflictos. Es buscar cambiar la situación, disminuir o completamente eliminar aquella situación que vulnera a nuestra sociedad, permitiendo un movimiento intelectual que no esté basado en la pura fuerza, con tal de planificar y obtener los objetivos planteados.
Es así que surgen distintas revoluciones para cada individuo o grupo, batallas que se deben librar, gigantes que para algunos pueden parecer molinos de viento por lo insignificante desde una impresión exterior. Pero una vez que se enfrenta a esta problemática, se la puede considerar una revolución llevada a cabo por cada individuo, para mejorar su sociedad, de distintas formas y gracias a distintos medios. Por lo tanto, en este Día de la Revolución es menesteroso realizar el cuestionamiento ¿Cuándo es el día de la revolución? ¿Es cada día, según las causas que se libran? O ¿Nuestra revolución la definen las metas alcanzadas? Estos cuestionamientos definirán nuestra propia revolución, digna de celebrar cada día, con tal de conmemorar esta fecha para reflexionar cito al maestro Joseph de Maistre: “No son los hombres los que digieren la revolución, es la revolución la que sirve de los hombres”. Por eso estimado lector, ¡Feliz Día de la Revolución!