Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Luis Fernández Molina

Si a cualquiera lo transportaran mágicamente a las calles de Vail pensaría que está en un pueblecito tradicional de los Alpes suizos con sus exteriores de madera, sus barandas y sus techos de dos aguas. Pero no es Suiza ni es una villa antigua. Está en el centro de Estados Unidos y fue fundado hace 60 años, en medio de las montañas Rocosas al oeste de Denver. Es vecina, a unas dos horas en carro, de Aspen, otra conocida ciudad pero mucho más antigua ya que se desarrolló en base de una antigua población minera, actividad muy extendida en el estado de Colorado. Ambas villas son mundialmente conocidas por ser complejos turísticos para deportes de montaña, especialmente el esquí en el invierno y la bicicleta de montaña cuando no hay nieve.

El caso de Vail es un excelente ejemplo de ejecuciones vía la colaboración público-privada. Durante la Segunda Guerra Mundial el ejército estadounidense entrenó a un comando especializado en acciones de montaña y escogieron parajes de las Rocosas; casualmente cerca del actual Vail que, para entonces no existía. Al regresar de la guerra los soldados, convertidos en empresarios civiles se les ocurrió la gran idea de crear el centro turístico. Tuvo todo el apoyo de las autoridades y se hicieron de grandes extensiones de montaña. Invirtieron en la infraestructura básica (teleférico y pistas) e inauguraron formalmente la nueva ciudad en 1962. Desde entonces no ha dejado de crecer, de fomentar el turismo y la generación de innumerables puestos de trabajo. El sueldo mínimo lo acaban de incrementar a US$ 20 por hora para atraer más trabajadores pues no se dan abasto.

Pero quiero referirme a otro aspecto. Vail tiene prácticamente una sola calle que lo atraviesa a todo lo largo del valle. Con todo el turismo que mueve, es un poblado pequeño que, además, tiene una población rotativa, ambulante. Por lo mismo no se ven las torres o los frontispicios propios de los templos. No hay, salvo una primorosa capilla ubicada al inicio de la montaña. Los promotores del proyecto, Vail Associates, donaron en 1968 una generosa porción de tierra a la Vail Religious Foundation, la que terminó la construcción al año siguiente de una capilla que combina magistralmente el estilo alpino europeo con el del viejo estilo del Oeste propio de la región. La capilla es conocida como “capilla de la montaña” y se anuncia como “El corazón espiritual de Vail”. Lo llamativo es que los miembros de la congregación son: La iglesia Presbiteriana; la B´nai Vail Congregation; la Trinity Church Bautista; el Monte de la Santa Cruz, Luterana y la parroquia de San Patricio, Católica. Está pues abierta a diferentes creencias y en general a cualquier persona de buena fe que quiera adorar a Dios conforme su particular perspectiva con absoluto respecto a las demás denominaciones. En su interior se celebran oficios de culto de: Católicos, Luteranos, Episcopales, Bautistas, Presbiterianos y Judíos conforme programaciones que han establecido y que han venido funcionando de manera muy armoniosa. Se celebran bautismos, confirmaciones, bar/bat mitzvoth, casamientos, oficios fúnebres, acciones de gracias y otros oficios según la tradición de cada grupo religioso. De no existir esta capilla esas ceremonias no podrían celebrarse en 100 millas a la redonda y tampoco hay espacio ni dinero (carísima la tierra), como tampoco suficientes parroquianos para que cada congregación tenga su propia capilla.

El concepto me pareció novedoso y no sé qué tanta aceptación tendrá entre círculos muy conservadores de cada una de las denominaciones citadas. En todo caso se respira en el lugar un ambiente de armonía, de hermandad real que supera las diferencias con que cada uno entiende su comunicación con la Divinidad.

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