Jonathan Menkos Zeissig
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El 3 de octubre pasado, el cardenal Álvaro Ramazzini presentó públicamente la Convergencia Nacional de Resistencia (CNR), un espacio de reflexión y toma de conciencia social en el que concurrimos un grupo diverso de personas a título personal –como es mi caso– y organizaciones sociales, hermanadas por la preocupación del camino hacia el autoritarismo que Guatemala está recorriendo mientras mata de hambre, expulsa y deja sin esperanzas a la gran mayoría de la población.
Este movimiento social, sin nexos político partidistas, está abierto a todas las expresiones sociales que luchan contra las múltiples manifestaciones de la injusticia y la opresión. Además, en las raíces de la CNR aparece, como una característica esencial, la resistencia pacífica, que es un derecho y una obligación individual y colectiva. A lo largo de la historia de la humanidad, la resistencia pacífica ha sido útil para doblegar sistemas de dominación —regímenes corruptos amamantados por y para quienes viven de la impunidad, el privilegio y el expolio— y proponer un nuevo orden social basado en la paz, la verdad y la construcción de un poder público que vele por el bien común.
Fue muy valioso encontrar en este primer espacio público de la CNR manifestaciones sociales de resistencia. Muchas personas, ahogadas en sus preocupaciones personales y cotidianas, no se dan cuenta de que hay otros que sufren sus mismas penas y que, incluso, ahora mismo hay muchas personas y organizaciones —muchos desde las extensas resistencias campesinas e indígenas— que tienen levantados los ánimos y la voz para decir basta ya a quienes abusivamente ostentan el poder en esta finca, este paraíso de las desigualdades sociales y de la opresión; este terreno llano para la prostitución del poder público.
De ahí que lo primero que las personas debemos aprender de la resistencia es que debe estar acompañada por la conciencia, es decir, la comprensión de lo que está sucediendo en nuestro entorno: cerca de 2 millones de niñas, niños y adolescentes no están asistiendo a la escuela, mientras 6.3 millones de trabajadoras y trabajadores que a pesar de reventarse la espalda trabajando, tienen ingresos inferiores al costo de la canasta básica de alimentos y padecen hambre. Tener conciencia de lo que están pasando los operadores de justicia, perseguidos por criminales que deberían estar en la cárcel y no impartiendo injusticia desde sus magistraturas. Tener conciencia de que sin universidad pública será imposible la democracia y el desarrollo. Una resistencia con conciencia, es una resistencia solidaria y empática, que busca un mundo en el que quepamos todos y quepamos bien.
La resistencia con conciencia debe llamar a la participación. Toca invitar a todas las personas —familiares, vecinos, amigos, compañeros de trabajo, socios, colegas— a que se unan al esfuerzo de resistencia: ¡no puede ser que la lucha sea de tan pocos, cuando los problemas son tantos y de muchos! Toca también resistirnos a aquellos que pretenden, con un supuesto poder material sobre nosotros, llamarnos al silencio. Vital será señalarlos públicamente, pues ninguna autoridad tiene el cobarde sobre quien se resiste a la injusticia.
El tercer elemento de la resistencia es la propuesta. Una comunidad que resiste lo hace con ánimos porque sabe que hay un futuro diferente. La resistencia posibilita imaginar en colectivo. ¿Qué queremos para Guatemala? ¿Por qué nos resistimos a la Guatemala que hoy nos imponen los corruptos, los hijos de la impunidad, los que han abusado de su poder económico? Nos resistimos porque sabemos que esa no es la única Guatemala que se puede construir. Queremos trabajar por un país para que todos vivamos con salud, educación y la panza llena. Una nación multilingüe y diversa, justa. Con seguridad en el presente y esperanza en el futuro. ¡A sumarnos!