Eduardo Blandón

Tiempo de seducción, es el nombre aproximado que se le puede dar a los tiempos políticos que vivimos.  Época de enamoramiento donde la palabra aflora y los gestos sobran.  El seducido finge indiferencia, a veces cierra los oídos y se muestra endurecido.  La campaña sabe edulcorar los corazones: las cancioncitas, las apariciones amables del candidato por televisión, las miles de vallas.  Son pocos los que se saben resistir al canto de sirena.

Como víctimas de la traición política, en teoría la población estaría incapacitada para un renovado amor.  Hay resistencia para una nueva aventura pasional, una ilusión, un ensueño.  Pero para eso están los mercadólogos, para arrancar de cuajo los corazones de piedra y a punto de flauta mágica, embelesar otra vez las conciencias.

Así es que asistimos a las urnas, prendados de amor y urgidos de olvido.  Fingiendo ignorar nuestras malas experiencias, preñados de esperanzas porque sentimos que no hay remedio.  Con la convicción de que es nuestro karma y que el destino es infalible.  Tanteando suerte, buscando atributos que sabemos que los candidatos no tienen.

Si se trata de antiguos políticos, los dispensamos porque “la verdad no es fácil gobernar”, “ya se ve que no hay justos y otros han robado más”, “al menos trajo láminas y compartió alimentos”, “hay peores”.  Y si probamos nueva suerte con caras desconocidas, apostamos porque “no se le conoce patrañas particulares”, “no tiene experiencia, pero es inteligente”, “es de buena familia y no necesita robar”.

La razón hace de las suyas para persuadir a los sentimientos.   De a poco, el corazón aprende a olvidar y empieza a encariñarse de nuevas caras o antiguas bandas de delincuentes.  Se da por sentado las patrañas de los ideólogos de la permanencia, la clase conservadora y/o el gran capital: los que se oponen, pertenecen a la retrograda izquierda, son comunistas que quieren la banca rota del país, son grupo de gente envidiosa y perezosa.

Es importante que aprendamos a resistir lo que parece ser nuestro destino último y nos revelemos a las artes seductoras de las arañas negras que quieren nuestras vidas.  En nuestras condiciones, la sordera es una virtud.  Así lo sugiere el poeta (Ernesto Cardenal. Salmo 1):

Bienaventurado el hombre que no sigue las consignas del Partido
ni asiste a sus mítines
ni se sienta en la mesa con los gangsters
ni con los Generales en el Consejo de Guerra
Bienaventurado el hombre que no espía a su hermano
ni delata a su compañero de colegio
Bienaventurado el hombre que no lee los anuncios comerciales
ni escucha sus radios
ni cree en sus slogans.

Será como un árbol plantado junto a una fuente.

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