Martín Banús
marbanlahora@gmail.com
La diferencia entre el poder y la autoridad, dicen los entendidos, es que el primero se fundamenta en la fuerza que constriñe; mientras que la autoridad, apela a una razón que obliga moral y voluntariamente.
Mientras el poder se basa en la intimidación y la amenaza, la autoridad se apoya en la persuasión, y en el peor de los casos, en la advertencia… Por eso, la autoridad es, además de buena, imprescindible…
De lo anterior se desprende que la llamada crisis de gobernabilidad, como la que estamos viviendo en Guatemala en estos momentos, es el resultado de una autoridad que ha sido, históricamente incapaz de estimular aquella razón que a su vez, estimula moralmente a los gobernados.
Es evidente que hemos sufrido históricamente las consecuencias de una disminución, cuando no de una degeneración en toda forma de autoridad. ¡Hemos permitido irresponsable y materialistamente, que el dinero suplante valores insustituibles!
La desgracia política que hoy sufrimos, no es en sí misma el resultado de la corrupción como se ha creído y dicho, no. No nos equivoquemos; de hecho es la corrupción la que viene a ser el resultado de aquella ausencia de autoridad asertiva, que dejó de inculcar valores que tardaron cientos si no miles de años, en cristalizarse familiar y socialmente.
Nos referimos a los valores que se forjan en primerísimo lugar, en el hogar, se complementan en la escuela y se magnifican en la vida productiva y social del individuo, siempre, frente a una autoridad particularmente ejemplar y coherente entre lo que hace y predica. (Les sugiero leer de Hannah Arendt, su ensayo titulado «¿Qué es la autoridad?»)
La autoridad es imprescindible para dirigir o gobernar desde el hogar hasta el país mismo, pasando por una escuela o una empresa. Pero, ¿quién concede, o de dónde sale la autoridad?
Las instituciones y los funcionarios reciben la autoridad de una sociedad, que las valora y prestigia. Se trata de un poder simbólico basado en la capacidad y en el compromiso. La concesión social de la autoridad, protege y refuerza a la persona que ha de ejercerla comprometidamente, con la dignidad propia de su estatus.
Al no observarse la conducta impecable, propia de tal dignidad concedida y reconocida socialmente y por la totalidad del sistema, el funcionario y la institución pierden la credibilidad de esa sociedad que confió en ellos, pero además y lo que es aún mucho peor, tal incumplimiento socaba la estabilidad del país mismo, no se diga si se demuestra corruptibilidad en el cargo. ¡Esa es la verdadera gravedad de los actos corruptos en los puestos de poder! Traicionan gravemente a la patria, de donde no es de extrañar que en algunos países la corrupción de funcionarios gubernamentales, se castigue con la pena de muerte, mientras que en Guatemala, la autoridad no condena a muerte, ni siquiera quienes se declaran asesinos de niños… ¡Ahí está! ¡Los hombres del Derecho, por ejemplo, tienen graves problemas para ejercer la autoridad!
Con tantos problemas en el país, no es difícil suponer que la supuesta idea de autoridad esté deformada, por tal razón, la recuperación del sentido de autoridad y del alto grado de exigencia que implica representarla u ostentarla, debe pasar por la clarificación del concepto, por lo que se requiere pues, una profunda reflexión del problema y de sus posibles soluciones.
Así como la obediencia implica sumisión a las órdenes de quien ostenta el poder, el respeto, en cambio, implica el reconocimiento de la dignidad, la capacidad o el valor intrínseco de la persona cuyas indicaciones se van a seguir. Por eso es que con toda razón, la gente exige la renuncia de Otto Pérez Molina, pues ha perdido, frente a la ciudadanía, aquel reconocimiento de la dignidad que quizás alguna vez tuvo… Al aferrarse al puesto, no hace sino agravar la situación del país y de la que será su memoria histórica.
Guatemala está clamando por autoridades que se tornen justas y solucionadoras. Por tal razón, choca constatar la brutal necedad de algunos poderes y personajes, que pretenden la sumisión de la ciudadanía, para poner de pie a un muerto llamado «sistema político de Guatemala».
Hoy parece que la autoridad está en el pueblo que ya se pronunció…
¡No más de lo mismo! ¡No a las elecciones del seis de septiembre!