Luis Fernández Molina
Gianni Infantino fue recibido con la deferencia que corresponde a su alta investidura supranacional. Acaso no se desplegó el protocolo y boato con que lo reciben los ministros europeos y los jeques de los países del Golfo. Es que los altos directivos del deporte son tratados con mucha deferencia; manejan mucho poder, influencia y dinero (aló, Qatar); por eso no quieren soltar los puestos que mantienen por muchos años: Havelange, Blatter, Platini, etc. Infantino hizo una visita “de paso”, tras haber acudido a la Copa Mundial Femenina de Fútbol Sub-20 en Costa Rica. Bien por los ticos que montaron exitosamente un campeonato mundial y bien porque se esté desarrollando el fútbol de mujeres. Cabe también felicitar a la campeona: España.
Don Gianni expresó: “Creemos que un país importante como Guatemala merece un estadio nacional moderno, profesional e importante, que sea un símbolo de un país que tiene una visión de modernidad por el futuro”, agregó que “era hora de pensar en un nuevo estadio nacional que sea orgullo para este país”.
En palabras menos “diplomáticas”, nos dijo que nuestro “Coloso de la zona 5” es una mole de cemento vetusta, anticuada, con drenajes deficientes y gramilla mal instalada; por lo mismo un pobre símbolo de la pujanza del país, de esta Guatemala “imparable”.
Bien por la idea de un nuevo estadio, pero ¿dónde construirlo? Debe erguirse en el área metropolitana o un sector cercano. ¿Por dónde? El sur está completamente saturado por las urbanizaciones de Villa Nueva, Villa Canales y Amatitlán. Lo mismo hacia el poniente con Mixco, San Pedro, San Lucas y San Juan Sacatepéquez. Al oriente la topografía no ayuda como tampoco hacia el norte y ambos sectores también están comprimidos de núcleos urbanos.
Pero el problema no es tanto localizar el terreno plano de unas doce hectáreas (por lo menos); el problema radica en las vías de acceso. No existe ninguna vía “disponible”; hoy día rebalsan la Roosevelt, la Aguilar Batres, la Martí, la San Juan. Más tráfico sólo incrementaría el dolor de cabeza cotidiano de quienes transitan esas avenidas.
La otra idea sería construir en el mismo sitio donde está el Doroteo Guamuch. Ello implica, obviamente, demolerlo. Un anatema para muchos. En nuestra mentalidad conservadora el Estadio Nacional Olímpico de la Revolución fue un logro extraordinario para un país tan pequeño cuando fue construido en 1948. El entonces gobierno transparente, de Juan José Arévalo demostró que cuando hay liderazgo y transparencia de fondos éstos alcanzan para obras monumentales (cinco años antes se había inaugurado el Palacio Nacional). En su momento fue el escenario más grande de Centroamérica, pero hoy ocupa el séptimo lugar (aunque es tan grande que nunca se llena…). Y como nuestros logros de infraestructura son tan escasos se ha considerado al estadio como un monumento nacional que no se puede tocar; en 2008 unos empresarios propusieron unas reformas para ampliar palcos y modernizar varios servicios. Tal fue el rechazo que hasta el Congreso de la República emitió decreto prohibiendo cualquier modificación del estadio.
Claramente es cuestión de visión. Cuando niño tuve oportunidad de asistir al Metropolitan Stadium que pocos años después fue derribado para dar lugar al domo Hubert Humphry que a su vez fue botado para edificar el modernísimo y sorprendente US Bank Stadium en el mero centro de Minneapolis, Minnesota.
Ahora bien ¿para qué queremos un estadio más grande? En los juegos regulares de la Liga Nacional no llega ni al 20% de ocupación y llegará al 50% cuando juega la selección nacional. ¿No estamos poniendo la carreta frente a los bueyes? ¿No deberíamos fomentar el fútbol (y el deporte en general) desde sus bases con todo el dinero que constitucionalmente se asigna?
Hasta pronto Gianni, Pierluigi Collina (excelente árbitro), Arsene Wegner y resto de comitiva. Gracias por la visita.