Mario Alberto Carrera
Si a mí me hacen la pregunta directa -sin ambages ni misterios- en torno a si Guatemala es un país o un Estado laico, tendría que contestar que ¡no!, porque en ninguna parte de la actual Constitución de la República se declara abierta y transparentemente: “Guatemala es un país o Estado laico”. Buen cuidado tuvieron sus autores (los presuntuosos constituyentes) de no lanzarse por una definición o enunciado de suerte tan indiscutible y poco procreador de dudas, sino todo lo contrario: que el texto constitucional quedara en las tinieblas, que se pudiera suponer que es y no es un país laico.
Lo que en cambio sí que expone, manifiesta y promulga –sin ocultaciones de ningún estilo, en el Artículo 36 de la mencionada Carta- es la “libertad de religión”, es decir, libertad de culto, porque indica: “Toda persona tiene derecho a practicar su religión”, lo que no la hace necesariamente (a esa persona o ciudadano) laico o practicante del laicismo.
Ahora bien, sí que informa contundentemente –como primera y acaso más importante divisa de todo el texto constitucional- una premisa fundamentadora que nos deja clara la religiosidad de la Carta Magna, pues se abre así, piadosamente: “Invocando el nombre de Dios” (…). Quiere decir que se pide auxilio (para redactar ¡toda!, la Constitución) a Alguien en especial, a divinidades o poder superior o personas sagradas.
Si la Constitución se destapa con esta súplica e imploración: “Invocando el nombre de Dios”, es claro que se trata de un país república o Estado ¡religioso!, es decir, creyente en una persona sagrada o divinidad. Me atengo a las definiciones que al respecto nos da el DLE.
Esta parte –la primerísima, la primera línea de todo el texto- entroniza al país bajo la advocación de la Divinidad, y como dependiente de las creencias religiosas
Laico o laicismo. Con estos términos debemos entender -en cambio- el principio o premisa de lo que consiste la autonomía del Estado frente a la Iglesia -y al contrario- para evitar acaso el nacimiento de Estados fundamentalistas (fundamentalismo asumido abiertamente por Giammattei: de indefinición y mezcolanza) que es la exageración de codependencia –el fundamentalismo- entre el Estado y la Iglesia católica, protestante, judía o mahometana.
¿Cuál es la razón y sentido de declarar que un Estado es o no laico? Pues por ejemplo para evitar la confusión que provoca -en el mundo de los valores guatemaltecos- el “Desayuno ¡Nacional! de Oración de la Guatemala Próspera”, ayer de Jimmy Morales y hoy de Giammattei. Evento tan criticado por mí en aquel entonces (en un artículo de agosto de 2016 en la revista Crónica) cuando se dio un espectáculo parecido al reciente, protagonizado hoy por oradores ¡religiosos!, similares pero de distinto nombre, al igual que los organizadores y responsables de este espectáculo “Nacional.” Lo grave es que si es “Nacional”, el Estado se convierte en religioso y por ende antilaico. Que es lo que se discute.
Declarar abiertamente que un Estado es laico en vez de hacer iniciáticamente confusas y bizantinas invocaciones a Dios, evita que se caiga en preferencias. Pues, de alguna manera, cuando un Presidente, rey, sátrapa o dictador se decanta públicamente por X o Y religión -o más bien secta- con tal espaldarazo le da relieve y brillo a la escogida y provocará disturbios y resentimientos en las otras que, aunque no lo expresen explícitamente, implícitamente el runrún cunde en los medios y redes.
Hasta no hace mucho (mucho menos que mi edad) el Estado guatemalteco se declaraba oficial y constitucionalmente católico, provocando el resentimiento silencioso de las otras religiones o sectas que se practican en Guatemala. Este resentimiento se incitaba sobre todo entre católicos y protestantes (que últimamente se empoderan al máximo) que habían logrado ya un derecho gubernamental o estatal -de la época del Dr. Mariano Gálvez- quien parece que declaró la libertad de cultos en el país. De poca duración –si hubo tal decreto- pues entró después el Capitán General Rafael Carrera de Pavón y Aycinena, padre no del laicismo sino del aycinenismo.
¡Y ese es un asunto de mayor gravedad!