Por: Adrián Zapata
Es usual el discurso político que niega la pertinencia actual de la definición de las ideologías de los partidos políticos en términos de izquierda y derecha. Esta idea puede ser resultado de la vergüenza, o al menos incomodidad, que sienten los conservadores de aceptar ser calificados de derechistas. Y también puede derivarse de la angustia que sienten los políticos de izquierda de perder votos por definirse de tal manera.
Sin embargo, pese a los intentos realizados por ambos bandos mediocres (quieren simplemente captar una mayoría de votantes con planteamientos simplistas, levantando banderas que son “lugares comunes”), el sustento ideológico de los partidos políticos sigue respondiendo a visiones del mundo y de la vida que pueden ser clasificados con esa terminología (izquierda/derecha), caduca según los adalides de la falaz indefinición.
Hago esta introducción para referirme a un discurso que escuché la semana pasada en un evento organizado por la Fundación alemana Rosa Luxemburgo, del partido político “Nueva Izquierda” de ese país. Me refiero al señor Heineken Bierbaum, Presidente de la Izquierda Europea, que aglutina a la gran mayoría de partidos de dicha tendencia ideológica en el viejo continente.
Se refirió a la conducta que debe caracterizar a dichos partidos en la definición de su naturaleza. Mencionó tres aspectos pertinentes para ello. Estos son: el pragmatismo, la pluralidad y la relación política/ideología, a los cuales me referiré a continuación, filtrados por mis limitadas capacidades de comprensión.
Respecto al primero, señaló la ausencia de principios y valores que ello implica, aunque pueda ser eventualmente “útil” para los propósitos de conquistar o mantener el poder, llegando éste a ser un objetivo en sí mismo. El segundo, indispensable por cierto, es el reconocimiento de la pluralidad de las izquierdas. No hay, por lo tanto, una sola izquierda y, por consiguiente, no podría existir un “partido único” como solía ser en el pasado. Ahora habría que pensar en partidos de tendencias, todas válidas. Y, en tercer lugar, que es lo esencial, está la relación entre política e ideología. Esencial, porque acota y evidencia los límites y eventuales perversiones del pragmatismo. Pero también es fundamental para definir la pluralidad de las izquierdas, es decir hasta dónde puede ser su amplitud. Si este tercer aspecto, convertido en principio, se relativiza antojadizamente, seguramente la izquierda terminará pervertida o, al menos, desdibujada sustancialmente.
Una amiga mexicana, muy consecuente ideológicamente en su práctica política, me decía, cuando le comenté lo anteriormente referido, que este discurso se escucha bien, pero que cuando se pasa de la teoría a la práctica era mucho más complicado. En otras palabras, seguramente se apiadó de mi ingenuidad.
Ahora bien, me parece que debe agregarse a los tres aspectos anteriormente expuestos por el señor Bierbaum, los intereses sectarios y las perversiones personales de algunas dirigencias, las cuales suelen no explicitarse, sino encubrirse con argumentos relacionados con evitar el cínico pragmatismo o traspasar los límites ideológicos de la pluralidad. Este es un problema relevante porque estamos hablando de la pluralidad de las izquierdas y no de la política de alianzas que éstas deben hacer para ganar una elección, para mantener el poder o bien, y esto es lo más relevante, para impulsar su plataforma programática.
Haber tenido la oportunidad de escuchar al personaje referido en ese evento de la Fundación Rosa Luxemburgo, me sirvió para reflexionar, en el caso nuestro, en Guatemala, por qué las izquierdas, desconociendo la pluralidad que afortunadamente existe entre ellas, luchan entre sí por ver quién va a perder ante las derechas en las próximas elecciones generales.