Gladys Monterroso
Jean-Baptiste Racine
licgla@yahoo.es
La religión es un fenómeno social, por medio del cual el ser humano manifiesta su confianza en un ser superior que le hará la vida menos difícil, teóricamente hablando, sin embargo, la misma ha sido utilizada para dominar a la sociedad, mentirle robarle y en el nombre de Dios cuestionarle, por quienes deberían ser cuestionados por ser lo contrario a lo que predican, desde el sacerdote que en misa se fija más en el atuendo de las personas que en su propio sermón, como del pastor que utiliza el púlpito para ser parte del crimen organizado, sin inmutarse tan siquiera, lo peor es que estas personas son resultado de quienes aceptan su existencia.
Cuando un hombre maltrata a una mujer es responsabilidad de los dos, de él por maltratarla, y de ella por no denunciarlo e implícitamente aceptarlo, lo mismo sucede cuando permitimos que en el nombre de un ser supremo se comete cualquier tipo de atrocidad, y no hacemos nada.
Las relaciones abusivas, por darles un nombre existen porque el abusado lo acepta por acción o por omisión, y porque el abusador se enriquece con su propio pozo negro interno, esos paralelismos nos pueden molestar desde la distancia, pero se debe aceptar que existe una corresponsabilidad tanto del que hace, como del que deja hacer.
Viene a colación lo anterior porque, los individuos han utilizado la religión a lo largo de la historia de la humanidad para enriquecerse materialmente, que no espiritualmente, en el nombre de un culto que se aleja de sus creyentes, cuando es utilizado espuriamente por quienes se deben a él, que sin embargo, se enriquecen económicamente sin consideración alguna, y en el nombre de la fe, comen, beben, fornican y se corrompen sin inmutarse, porque quienes deberíamos ponerle límites no lo hacemos, unos aceptando sus conductas, otros no haciendo nada.
Los hombres que utilizan el nombre de Dios para sembrar el odio son responsables no solamente de lo que no predican, también de lo que provocan, debido a que, en sociedades como la nuestra, profundamente conservadoras, la religión tiene una gran importancia cultural y social, pero ante todo histórica, cuando es utilizado el discurso para atacar a los demás, el resultado puede convertirse en un bumerang, cuya fuerza hace tambalear a quien promueve una arenga con contenido de odio.
Siempre me ha parecido una especie de burla, que, para las cosas de Estado, se invoque el nombre de Dios, porque nada más alejado de la espiritualidad de que debe revestirse el mensaje de paz, que debería ser el deber ser de las religiones, cuando es utilizado para lograr objetivos tan mundanos, como el poder del hombre y sus consecuencias.
En ese contexto, un cuestionado pastor señalado de actos de corrupción, incluso fuera del país, vertió cuestionamientos en contra del exprocurador de los DD. HH. al afirmar que un pastor había profetizado que “los corruptos salían puras serpientes”, en el mundo de los hombres cuando a alguien le constan actos ilegales en relación a un exfuncionario o funcionario, lo debió haber denunciado, pero lo más cuestionado de su discurso fue haber manifestado que se “alegraba un poquito” de que Zamora estuviera en prisión, un hombre de paz, como deber ser un religioso, no se puede alegrar de la desgracia de otro ser humano, por lo menos en el mundo de la hipocresía, eso se haría.
En ese orden de ideas, se hace necesario recordar que la mayoría de las iglesias se han convertido en negocios en las que se vende la fe cual productos de supermercado, más aún, son membresías por las que, el que más paga, tiene más oportunidades de “entrar al cielo”, dicen ellos, cabe preguntarse ¿De qué está hecho el ser humano que necesita pagar por fe?, esta pregunta va dirigida a todas las religiones, porque la necesidad de creer en algo ha sido utilizada para negociar con la fe, y sacar buenos réditos.
Se dice que hay iglesias a las que solamente se puede entrar si se llega con un buen fajo de billetes, en su defecto chequera, o en el último caso tarjeta de crédito, ¿Se vende el hombre en el nombre de Dios al mejor postor? ¿Qué ofrece a cambio? ¿La salvación eterna? Quien así vende el mundo de lo eterno prostituye la religión de que se trate, pero aún más quien utiliza el púlpito para despotricar contra los enemigos de cualquier régimen, es peor que quienes detentan el poder, porque pone a la venta lo más importante que tiene un ser humano: Su yo interno, cualquiera que este sea.
No existe mayor pobreza en el mundo de los hombres, que pagar por la bendición de Dios.