Estamos ya viviendo el calentamiento de motores que hacen los políticos haciendo campaña antes de que esa actividad sea legalmente permitida y lo más notable es la persistente indiferencia de una población que, así como acepta la inevitable consecuencia de un aguacero que se traduce en descomunales atascos del tráfico, con la misma naturalidad ve el panorama político a sabiendas de que el atasco que tiene nuestra ruta al desarrollo seguirá siendo inmenso por las fallas de un Estado que más que fallido ha sido pervertido.
No es casualidad que cada proceso electoral ofrezca un peor resultado que los anteriores porque en medio de ese profundo acomodo que hace el ciudadano, al que nada inmuta ni altera, son los más largos y los que hacen los pactos más sucios para financiar sus campañas los que se aseguran la oportunidad de colarse a una segunda vuelta en la que, con suerte, se podría elegir al menos peor, pero nunca al mejor porque los buenos no tienen vela en el entierro.
Los guatemaltecos sentimos que nuestra mayor bendición es el trabajo de nuestros migrantes que con enorme esfuerzo y sacrificio logran enviar mensualmente esas remesas que no nos cansamos de llamar el verdadero opio del pueblo. Cierto es que ayudan a millones a satisfacer sus necesidades, pero tras lograrlo no reparamos en lo que provocó esa migración ni en los causantes de tanto atraso y falta de oportunidades. Los más ansiosos de un cambio son aquellos que ya se fijaron el objetivo de conseguir un Coyote que les lleve a la Tierra Prometida, donde el trabajo se convierte en ingreso digno.
A estas alturas ya está destapado el plan del oficialismo que se propone romper con la larga tradición de sonoras derrotas del partido gobernante. Y pese a ser el actual el peor de todos los que han gobernado, hay algunos que hasta hacen planes para ver si la complaciente Corte de Constitucionalidad le permite al actual gobernante postularse para otro período, contando no solo con el apoyo de los alcaldes a los que han comprado haciéndolos socios en el saqueo de los fondos públicos, sino con esa indiferencia ciudadana que presagia un futuro de desgracia.
Un pueblo acomodado siempre va a salir fletado porque si algo saben hacer los politiqueros es tomar la medida a los ciudadanos y saben cómo neutralizarlos. Entre las remesas y la represión a las manifestaciones, el horizonte parece placentero para los que apenas el fin de semana anunciaron con todo descaro sus macabros planes de futuro que se ven realistas por la indiferencia ciudadana.