Alfonso Mata
En estos momentos de tanta zozobra, maldad e inequidades, muchos hombres y mujeres desearían servir a la patria, rescatarla de manos mezquinas, pero están perplejos y su poder en solitario no deja de ser infinitesimal. La desesperación se apodera de ellos; los que tienen las pasiones más fuertes, la inteligencia más preclara, sufren más por el sentido de su impotencia y están más propensos a la ruina espiritual por falta de esperanza.
Pero lo que en el fondo tenemos que tener es claridad en nuestras propias mentes y emociones, en cuanto a la clase de vida que creemos buena para nuestra nación y a la clase del cambio que deseamos en el mundo político para que ello se dé. No cabe duda que el robo, la ineptitud, la injusticia, la enfermedad, la enemistad, el odio, una mala educación, el sentimiento de inferioridad, el desprecio de los demás, son cosas que ya no puede soportar la nación. Tenemos en estos momentos una sociedad llena de malestar económico, social, mental y espiritual. Creo que hay pautas que nos limitan a actuar y quiero señalarlas.
En tanto que creamos y entendamos solamente en el inmediato futuro, no es mucho lo que podemos hacer. Más de la mitad de la población, dadas sus precarias condiciones en muchos aspectos de la vida, su vivir es de escasa visión y no llega más allá del día a día. Es difícil que contemos con ella, para destruir el excesivo y mal habido poder del Estado o de cierta iniciativa privada y el narcotráfico, aunque reconozcamos que nuestro mundo político, comercial y financiero, está gobernado con un espíritu erróneo y que un cambio de espíritu no puede venir de un día a otro, pero tampoco surgir de la nada.
Debemos entender que la nación está destruida en su cabeza y en su base. Por un lado, los políticos y cierta iniciativa privada, han estado dedicados primordialmente a adquirir cosas, poder, grandeza y opulencia, por todos los medios mal habidos que han puesto a su alcance. Por otro, el valor de la convivencia entre los ciudadanos; de la paz; de la colaboración y de la amistad entre los hombres; de la justicia; de la libertad; el valor de la propia decisión; de la independencia de criterio; de la satisfacción personal de pertenencia cívica y participación política, ya no existe en suficiente cantidad como para que se dé y pueda realizar algo, en beneficio de una nueva forma de gobernar.
Creo que no hay ningún fin, por bueno que sea, que justifique el uso de la confrontación nacional entre hermanos. Pero en nuestra actual situación, es tal la magnitud y cantidad de tipos de inequidades que tenemos, que no deja de ser remoto este tipo de solución y no se le puede quitar la sensación de invalidez por más amarga y penosa que vaya a ser. En estos momentos y a como están las cosas, hacia eso nos encaminamos.
Ayudarnos a salir de la situación nacional es un imperativo categórico que involucra a todas las clases sociales, sin importar las circunstancias en que se esté. He aquí la mayor búsqueda que debe darse en estos momentos. Es y resulta evidente, que lo que ha hecho nuestro sistema de gobernarnos, es dividirnos y formarnos indiferentes ante nuestros hermanos en desgracia, sin percatarnos, en medio de nuestra ignorancia, que tarde o temprano, de no actuar ahora, seremos uno de ellos en un futuro cercano.
Ya hemos tenido suficientes influencias —buenas y malas— de norte y de sur, como para que podamos escoger con cuales nos quedamos. Existe suficiente gente sabia y buena dentro de nuestro territorio, para que se piense seriamente en modelos más adaptables a nuestras circunstancias y de no hacerlo pronto, pronto estaremos matándonos entre nosotros. Insisto: se hace ya necesario un repensar muy profundo sobre lo que queremos, para que podamos elaborar, nosotros mismos, un modelo político y social, al cual podamos aspirar.