Adolfo Mazariegos
Hace un par de años, cuando la humanidad empezaba a padecer lo que hoy se ha convertido en un fenómeno global que a todos (o casi todos) en mayor o menor medida nos ha cambiado la vida, escribí un breve artículo al que entonces titulé (creo) “Las pequeñas cosas”, haciendo referencia a todo aquello que a veces nos parece intrascendente, quizá insignificante, pero que con el correr del tiempo y sobre todo cuando casi por obligación tenemos que dejar de hacerlas de la manera que habitualmente las hemos hecho, cobran un sentido o significado distinto al que probablemente les habíamos dado en un principio. El simple hecho de acercarnos a un café para tomar algo con algún amigo; compartir un par de copas de vino al final de alguna tarde soleada; el almuerzo que a veces se sirve los domingos en familia; y hasta la sencilla acción de pararse en la fila de una agencia bancaria para realizar alguna gestión, son actividades que, de alguna manera, han sufrido transformaciones que hace tan sólo tres o cuatro años quizá no éramos capaces siquiera de imaginar o intuir que pronto habríamos de realizarlas de manera distinta (aunque algunas cosas, claro, no han tenido por qué cambiar de manera tan drástica o notable). Pero, lo cierto es que, a través de la historia humana, sea por una causa o por otra, todo pareciera que tiende al cambio, a la transformación, en virtud de ese devenir constante de la vida que aparentemente ocurre sin que lo percibamos en el momento, lo aceptemos o no, según lo adelantaba tiempo atrás aquél famoso sabio de Éfeso (don Heráclito) al afirmar que “nadie se sumerge dos veces en el mismo río”. En ese marco de ideas, ¿no es acaso el conjunto de pequeñas cosas las que a veces dan sentido a una existencia, aunque el mundo sea cambiante? Las cosas sencillas pueden hacer una gran diferencia, sin duda, aunque decirlo en estos tiempos de vidas digitales y libertades supuestas pueda parecer un asunto por demás trillado y anacrónico. Esa suerte de muletilla constante basada en la aseveración de que un día habrá de regresarse a la normalidad y al mundo tal como lo conocíamos previo a la pandemia en curso, por lo tanto, quizá no sea más que algo a lo que aferrarse para continuar la marcha, algo que a lo mejor no sea tan necesario después de todo, ya que lo normal para unos, puede no serlo necesariamente para otros. Por eso, quizá valga la pena echar una mirada a esas cosas pequeñas y sencillas que siempre han estado allí, esas cosas que alimentan el alma y que a veces no cuesta tanto conseguir. Quizá valga la pena pensar un poco al respecto, quién sabe.