Eduardo Blandón
El mundo artístico ha perdido a uno de sus más connotados creadores, Maco Luna. Un ser humano singular que destacó tanto por sus cualidades literarias y musicales como por la calidez con la que nos hacía sentir a los que tuvimos el privilegio de compartir experiencias junto a su permanente sentido del humor.
Como suele suceder, al recibir la noticia se han activado los recuerdos y también las culpas. Esa falta de sentido de oportunidad, por ejemplo, que hace postergar los encuentros como si fuéramos eternos y el tiempo o el destino no cumplieran con fatalidad sus propios caprichos. Así, la frustración no puede ser más incisiva en medio de la falta del amigo.
De Maco aprecié muchas cosas. En primer lugar, la calidad de los textos compartidos con una suerte de intuición poco común. Me fascinaban de sus relatos su fantasía, la cotidianidad del ambiente de los protagonistas, pero sobre todo la forma cómo resolvía y trataba sus textos. Tenía genio, se solazaba a veces en los detalles y en cierto tratamiento en el que se subrayaban los valores de la vida y los sentimientos humanos. Lamenté mucho que no le dedicara más tiempo a la escritura.
Más allá de lo literario, Maco fue una persona muy alegre, cálida, buena. Dudo que en su corazón haya cabido el odio. Traslucía bondad y no poca generosidad. No tengo un solo recuerdo incómodo con el amigo. Más bien en él todo era felicidad compartida, aún con las penas que seguro llevaba en su corazón (como cualquier mortal expuesto al sentimiento trágico de la vida).
Recuerdo que en una ocasión que sufrió quebrantos de salud le hicimos una visita con los amigos del PEN, Carlos René García y compañía. En ese momento nos recibió el estoico revestido con una coraza ejemplar para la ocasión. Casi postrado, nos agradeció el encuentro y se dedicó a relativizar su situación. Nos contó chistes y con el tiempo pudo sobreponerse a un estado del que pocos salen fortalecidos.
Con los años, nuestro Maco tomó distancia de nuestras reuniones habituales en la zona 1, pero seguimos en contacto con la seguridad del afecto de amigos. Nos escribíamos, me compartía sus relatos (que publicaba puntualmente en el Suplemento Cultural de La Hora) y eventualmente nos llamábamos por teléfono. Yo lo seguía sigiloso en las noticias de prensa que referían su presencia constante en la música guatemalteca.
Maco deja una huella indeleble en el arte, pero aún más un vacío insustituible en nuestros corazones. Nos costará digerir su ausencia y acostumbrarnos al sentimiento de soledad por la distancia impuesta por la vida. Con todo, celebro la alegría de los buenos momentos y el recuerdo de la felicidad compartida en esos años de fortuna. Hasta la vista, amigo. Buen viaje.