Cuatro hombres fueron acusados en conexión con la operación de contrabando que dejó 53 migrantes muertos en junio. Foto La Hora/AP

La muerte de guatemaltecos entre los migrantes que murieron dentro de un enorme contenedor en el que los transportaban ya en territorio norteamericano ha conmocionado a todas las personas sensatas que entienden el drama de esa migración a que se ven forzados tantos compatriotas simple y sencillamente porque la tierra que les vio nacer es incapaz de ofrecerles oportunidades de una vida digna.

Los coyotes, traficantes de personas, son criminales desalmados a los que, como a otros que conocemos, sólo les importa el dinero. Merecen severo castigo y repudio pero por feroz que sea la pena no desaparecerán porque la esencia del negocio no está en su oferta, cara por cierto, sino en la enorme demanda que hay de ciudadanos desesperados que prefieren correr cualquier riesgo a quedarse en su terruño, ese que condena a muchos a nacer en la pobreza, vivir en la pobreza y morir en la miseria, dura realidad de tanta gente que se ha visto alterada por la migración que les permite sacarle fruto a su trabajo lo que aquí no se podría imaginar nadie.

En otras palabras, sí debemos condenar el coyotaje e ir tras ellos, pero más importante sería que la sociedad entienda el origen injusto de la migración y que hiciéramos esfuerzos por cambiar las condiciones para evitarla. Casi en su totalidad la migración de guatemaltecos es por necesidad económica y la mejor prueba de que el pobre no es pobre por haragán o dejado está en ese inmenso flujo de dólares que el país recibe constantemente y que es el motor de nuestra economía, producto del trabajo esforzado de millones de personas que, sin preparación ni mínimos de formación educativa, pueden abrirse paso en otro país donde su labor es no sólo apreciada sino bien pagada.

Despotricar contra los coyotes significa apachar el mero clavo, el de las condiciones de injusticia prevalecientes en Guatemala y que obligan a tantos a emigrar. Condiciones que se ven agravadas cuando todo el Estado se pone al servicio de la corrupción y la gente nativa del país no tiene real acceso a la educación, cooptada por un sindicato perverso, ni a la salud (incapaz hasta de vacunar a la gente más pobre) y que se queda aislada porque nuestra infraestructura vial solo sirve para que contratistas y funcionarios, incluyendo diputados y alcaldes, se harten con el recurso, haciendo verdaderos mamarrachos.

Las penas por narcotráfico son altas pero narcos siempre habrán mientras haya demanda. Pues igual es con la migración que seguirá generando coyotes por la necesidad de la gente de encontrar una esperanza que aquí no existe.

Redacción La Hora

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