Por CARLOS VALDEZ
BAHIA DE COHANA, Bolivia Agencia AP
Una rebatiña de gaviotas se alimenta de ranas que agonizan en un caldo pestilente que flota en aguas ribereñas poco profundas del lago más alto del mundo, el Titicaca, muy cerca de La Paz.
La mortandad de estas ranas, únicas en su especie y apetecidas por curanderos indígenas que le atribuyen poderes afrodisiacos, encendió las alarmas entre los lugareños aymaras que dicen que la contaminación está diezmando las especies nativas y ha afectado su forma de vida tradicional.
En mayo pasado, una mancha verde que olía a huevo podrido apareció flotando a lo largo de varios kilómetros en esta bahía formada por la descomposición de desechos humanos, industriales y mineros que los ríos arrastran hasta las orillas de este lago que comparten Bolivia y Perú.
«La pesca ha sufrido. Tenemos que ir cada vez más lejos de la costa para pescar. En dos noches todo lo que recogí en mis redes era ranas muertas», dijo Magdalena Quispe en Puerto Pérez un pueblo de unos 3.000 habitantes en la Bahía de Cohana, en Bolivia.
Con 8.400 kilómetros cuadrados el Titicaca es el mayor cuerpo de agua dulce en América del Sur y el lago navegable más alto del mundo a 12.470 pies de altura.
«Si no se toman acciones urgentes la rana gigante del Titicaca (Telmatobius celeus) que ya se encuentra en alto riesgo de extinción, desaparecerá», opinó el biólogo Arturo Muñoz, investigador del Museo de Historia Natural Alcide d’Orbigny en Bolivia.
La mayor parte de la contaminación del lado boliviano, y que incluye metales pesados como el plomo o el arsénico, se origina en El Alto, una ciudad de rápido crecimiento que hoy tiene un millón de habitantes, así como de pueblos aledaños.
El 60% de las 130 fábricas de El Alto operan ilegalmente y sus niveles de contaminación no se encuentran regulados, dice Ministerio de Medio Ambiente de Bolivia. La actividad minera agrava las cosas.
Un informe ambiental emitido el año pasado por la Autoridad Binacional del Lago Titicaca (ALT), dijo que «la contaminación está en un nivel alarmante» en algunas partes del lago, pero esa agencia creada por Bolivia y Perú carece de recursos para emitir advertencias y emprender planes de remediación.
El presidente de ese organismo, Alfredo Mamani, culpa de la contaminación a las aguas residuales sin tratamiento que destilan hacia el lago un cóctel mortal de sulfuro de hidrógeno que está matando la flora y fauna de la costa.
Todavía «la contaminación afecta sólo al 1% del cuerpo de agua…pero es hora de tomar medidas urgentes y coordinadas», dijo.
Estudios de la ALT encontraron niveles elevados de hierro, plomo, arsénico, bario y zinc en esta bahía de aguas poco profundas a donde llegan los residuos de la ciudad de El Alto de un millón de habitantes a 50 kilómetros de acá.
Cada año, además, unos 750.000 turistas que arriban al lugar para navegar en sus azules aguas y disfrutar de majestuosas vistas de los nevados andinos. Cerca de El Alto se encuentra La Paz, ubicada a una altitud de 200 metros por encima del lago y a 40 kilómetros de distancia.
La contaminación es más grave en las aguas poco profundas de la bahía de Cohana, cerca del popular sitio turístico de Copacabana en Bolivia.
En Perú, entre tanto, una gruesa capa de algas crece como plaga en la bahía de Puno y los ríos Ramis y Coata que arrastran residuos desde la ciudad de Juliaca. También las aguas ribereñas en esas ciudades tienen alto contenido de metales pesados.
Más de la mitad de los habitantes de poblaciones ribereñas carecen de alcantarillado y las pocas plantas de tratamiento de aguas servidas están colapsadas, según la ALT.
Hasta ahora las únicas soluciones han sido esporádicas limpiezas de algas y basura acumulada en las orillas, dijo Mamani. «Es como limpiar una herida purulenta sin atacar la causa».
Brigadas de limpieza del Ministerio de Medio Ambiente de Bolivia encontraron perros muertos, neumáticos y botellas plásticas en ríos que desembocan en el lago.
La agricultura familiar domina el 76% de la actividad económica seguida del comercio y turismo (15, pero la mayoría de la población ribereña está en el nivel de pobreza extrema en ambos países y son más vulnerables a la contaminación, según expertos.
«Antes la papa se daba grande y pescábamos en la orilla para vender en las ferias de los pueblos. Ahora ya no da para vivir, la papa que cosecho es menuda, sólo es para el consumo», dice el agricultor Juan Quispe de 78 años.
Las papas de Quispe del tamaño de una canica congelaban para convertirse en chuño (papa deshidratada) a orillas del lago cerca de la basura y de un pato muerto un domingo de junio.
Quispe cree que las aguas del lago que inundan vastos campos en época de lluvias, al retirarse depositan contaminantes que están esterilizando la tierra. Ahora es agricultor de medio tiempo y debió migrar a la ciudad para trabajar.
El escurrimiento de aguas servidas de ciudades de Bolivia y Perú no es el único culpable. Más de la mitad de los habitantes que viven a lo largo de la orilla carecen de alcantarillado y descargan al lago, según la ALT.
La autoridad sólo cuenta con presupuesto para administración y ha pedido a los gobiernos de ambos países invertir de manera urgente en plantas de tratamiento y en saneamiento.
La ministra de Medio Ambiente de Bolivia, Alejandra Moreira, debió escuchar la queja de los lugareños en una reciente reunión, y le pidió a 46 alcaldías locales aportar a un fondo común para desarrollar un plan de emergencia.
Quispe dice que en Puerto Pérez no hay basureros porque las autoridades locales tampoco dan prioridad al cuidado ambiental.
El secretario del Pueblo, Guillermo Vallejos, dice que cuando hay problemas, «los funcionarios vienen, toman fotos y se van».
«Rara vez regresan», concluyó.
Los presidentes Evo Morales de Bolivia y Ollanta Humala de Perú anunciaron reunirse en estos días a orillas del lago, para analizar entre otros temas la contaminación de este oasis del desierto altiplánico.