Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt

“Jefe, qué pena, pero fíjese que llenó mal su BL (Bill of Lading) y entonces tiene que pagar Q26 mil… pero, pero, puede que exista otra forma; si me paga Q4 mil, yo se lo arreglo y así puede sacar su producto”.

No piense estimado lector que eso era antes del 15 de abril del 2015, día en el que cayó la estructura de “La Línea”, eso fue la semana pasada en una de las aduanas del país.

Pero, ¿qué es lo que pasa? Ahora le doy mi visión. La CICIG y la FECI (Fiscalía Contra la Impunidad del Ministerio Público) han hecho un extraordinario trabajo para desnudar, con apenas cuatro ejemplos (contando el de hoy del Congreso) en un poco más de dos meses, cómo es que funciona un sistema secuestrado que tiene en casi todos los funcionarios y en muchos socios en el sector privado, jugadores claves que acuerdan la forma en la que saquearán el dinero del pueblo.

Con un trabajo profesional, la CICIG nos abrió los ojos para que entendiéramos los efectos de la podredumbre, pero hay que entender que aunque la CICIG destape 100 casos más, tal y como están las cosas solo cambiarán las cabezas porque las reglas del juego siguen siendo las mismas. Es decir, cambia le gente, pero el negocio perdura.

El mafioso hoy apunta a que llegará un punto en el que la CICIG no tendrá material humano suficiente para estar desmantelando estructura tras estructura; se cuidan un poco más, pero como las reglas lo permiten, siguen las mañas.

Las mafias funcionan como el narcotráfico; una vez cae el capo no se disuelve el cartel y por tanto, solo asume un nuevo cabecilla y eso es lo que está pasando en Guatemala porque el trabajo de la CICIG no ha sido acompañado por cambios de fondo, que le competen al Congreso, que permitan pensar en sanear la porquería.

CICIG podrá llegar a saturar aún más las cárceles de tanto mafioso que ha parido este país, pero mientras las reglas no cambien, se repetirá el fenómeno de la violencia. Siempre habrá violencia mientras aquí existan problemas de fondo, como por ejemplo, pocas oportunidades y ausencia de la certeza del castigo que se traduce en que la delincuencia es una industria sumamente rentable.

Y lo mismo es ahora, ¿por qué? Porque quien, constitucionalmente está llamado a cambiar las reglas del juego, es decir el glorioso Congreso de la República, no quiere.

¿Y por qué no quiere? Porque el despertar ciudadano no lo han sentido con la fuerza necesaria para provocar esos cambios que les quitarían esa “minita de oro” que es el Estado.

Y por eso, hace dos días, decía que el cambio requiere de alma, corazón y huevos, porque estamos a las puertas de un nuevo círculo vicioso que es, investigación, proceso judicial, permanencia del negocio, cambio de nombres y necesidad de volver a investigar; corre y va de nuevo.

Eso pasa ahora en aduanas, la SAT, las cortes, presidios, el sistema de compras del Estado, el IGSS, etc. y por eso escucha lo que describí en el primer párrafo.

Si usted choca 100 veces con una pared, pensando que la misma se va a romper y no se raja, ¿qué queda? Saltarla o darle la vuelta. Eso es exactamente lo que nos toca ahora a los guatemaltecos y eso quiere decir, encontrar el mecanismo para que la voz sea más fuerte que nunca, una voz sonora que mande un mensaje fuerte y claro: QUEREMOS CAMBIOS A LAS REGLAS DEL JUEGO YA, NO EN UNOS MESES NI EL OTRO AÑO.

Pero al final, si los ciudadanos toleramos llegar hasta aquí, también de nosotros dependerá cambiar el rumbo del barco de la corrupción y la impunidad.

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