Alfonso Mata
En nuestro medio, las estadísticas de muerte por COVID, inflación, construcción, educación, violencia y seguridad, no son más que una caja de mentiras por sus subregistros, alteraciones y omisiones que, el único fin que persiguen, es perpetuar una estructura y un funcionar de un Estado perverso. Cualquier divergencia entre esas cifras elaboradas por el gobierno con lo que sucede al ciudadano en su diario vivir en el hogar, el barrio, el mercado, la escuela, la unidad de salud, los tribunales rápidamente muestran que estamos ante dos películas diferentes. Cabe por tanto considerar que eso se hace deliberadamente y existe una fuerte sospecha que ese estado de cosas, se debe a que muchos funcionarios, especialmente el que ocupa altos cargos dentro de la jerarquía estatal, mantiene un continuo cuidado de su cargo no por lo que hace sino por lo que dicen (sus números).
En otras palabras: tiene que demostrar resultados positivos ante la opinión pública y justificar gastos por incorrectos y tramposos que sean. La estadística que sale de la oficina pública, adquiere así, un sentido de divulgación de que estoy haciendo “a mayor mejora de la gente” y de poner en evidencia un sacrificio del funcionario, en aras de que usted esté mejor. Pero para el ama de casa que compra, que quiere educar y atender a sus hijos con sentido de dignidad, que busca curación en el centro de salud; para el marido que se recrea en el bar, en el estadio o en uno u otro lugarcito para caballeros, los costos se han ido a las nubes y esas madres se topan con escuelas y unidades de salud que no resuelven. Y en la calle y en los selfies de los medios electrónicos, uno lo que observa por más que pelen los dientes y fuercen sonrisas, son seres abrumados por una lucha para la sobrevivencia propia y de sus allegados. De igual forma, la crónica de los esfuerzos que realizan esas personas, se contrapone a la del funcionario y del pícaro comerciante e industrial que busca donde meter mano a bienes que lo logra en conflicto y choque continuo con la legalidad –cosa que las estadísticas encubren bien– invirtiendo en ello recursos emocionales de lo más bajo y mezquino.
De tal manera que podemos afirmar que las estadísticas nacionales esconden muy bien la mentira, el engaño y el fraude en sus cifras. Trilogía inseparable que permite inflar lo que no se hace, y desinflar lo que se deja de hacer.
No es por lo tanto de extrañar que las estadísticas proporcionadas por el Estado, se manejen completamente de manera independiente a la situación de la población, dejando en incógnita la gran pregunta ¿cuál es la situación? No sin razón decía el eminente Claude Bernard: “La ciencia nos enseña a dudar y, en la ignorancia, a abstenernos”.
No obstante, esas estadísticas mostradas a través de los medios de comunicación escrita en las últimas semanas, revelan con claridad todo un mal estado social y económico de bastos grupos de población. De tal forma que es evidente que ni Estado ni sociedad, han respondido con justicia honestidad, imaginación y entusiasmo, a ese clamor de cambio de condiciones, necesario para mejorar el bienestar de las mayorías.