Emilio Matta Saravia
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La semana pasada salí del país en un viaje de negocios y pude constatar de primera mano, no solo el deplorable estado del aeropuerto nacional La Aurora, sino también el pésimo servicio que se brinda a los viajeros, tanto a la salida del país, como a la entrada.
El día antes de mi viaje me enteré por noticias en distintos medios de comunicación que el aeropuerto se quedó sin energía eléctrica durante varias horas. Para colmo, la o las plantas de emergencia no pudieron suministrar energía eléctrica a las áreas de pasajeros, seguridad y migración por falta de combustible, de acuerdo con las noticias. Según las noticias, hubo retrasos en los vuelos porque los pasajeros no podían pasar de las áreas de chequeo, seguridad y migración a las puertas de embarque. Como colofón, en un comunicado, la Dirección General de Aeronáutica Civil indicó que “lamentamos los inconvenientes causados por el corte de energía eléctrica suscitado la tarde de este miércoles en el Aeropuerto Internacional La Aurora. Este hecho se produjo por fallas a nivel externo y fuera del alcance de la Dirección General de Aeronáutica Civil”. Es obvio que el apagón fue externo y afectó al aeropuerto.
Lo que es lamentable e inaudito, es que, en pleno siglo XXI, no se cuente con plantas eléctricas con capacidad para suministrar energía eléctrica a todo el aeropuerto, sobre todo en una ciudad como Guatemala, donde en invierno se dan comúnmente situaciones de este tipo. La más que patética y vergonzosa excusa de que los sistemas de aeronavegación continuaron funcionando con “total normalidad” no libra de responsabilidad a las autoridades del aeropuerto La Aurora y de Aeronáutica Civil por no tener plantas eléctricas que puedan suministrar energía eléctrica a todo el aeropuerto, o que las tengan sin disponibilidad de diésel.
Mi vuelo salía en la madrugada, por lo que tuve que llegar antes de las 3:00 am al aeropuerto. A esa hora, todas las pantallas que informan al pasajero sobre los vuelos entrantes y salientes estaban apagadas. Es decir, a esa hora, un pasajero no tenía idea de qué puerta de embarque estaba asignada para su vuelo. En el área de seguridad había únicamente un detector de metales funcionando para los pasajeros, causando un enorme cuello de botella y una larga fila a pesar de la hora, y el personal de seguridad, de forma prepotente, solicitaba a todos los pasajeros su pase de abordar mientras dejaban su equipaje en la banda de rayos X. Los baños sucios y la mínima iluminación a esa hora daban cuenta del abandono en el que se encuentra nuestro aeropuerto.
El retorno fue igual de decepcionante. Pasadas las 8 de la noche, el aeropuerto, sin iluminación, era otra vez deprimente, mientras hacía el lúgubre recorrido de la puerta de desembarque a las áreas de entrega de tarjeta de vacunación y de migración. La peor parte fue la cola en el puesto de SAT, donde un grupo de funcionarios se daba a la tarea de revisar con rayos X todo el equipaje de todos los pasajeros, llegando al colmo de hacer revisiones físicas a la mayoría de los pasajeros. Es una estupidez revisar a pasajeros con una o dos maletas en el aeropuerto, cuando por las fronteras de México, Honduras y Belice entran mercancías de todo tipo de contrabando ante la “pasiva” mirada de los funcionarios de las fronteras de marras.
Es una incongruencia que el gobierno, por medio del Inguat, defina al turismo como “motor del desarrollo económico y social para Guatemala”, pero ese mismo gobierno sea incapaz de tener un aeropuerto, aunque sea mediocre, no digamos bueno, como principal puerta de ingreso del turismo a nuestro país.