Bajo el argumento de que no se podía desperdiciar la experiencia de los políticos en ejercicio, los constituyentes (muchos de los cuales aspiraban a ser diputados) dispusieron en el artículo 157 lacónicamente que podrán ser reelectos, sin limitación de ninguna especie. Luego, mañosamente, la reforma de 1993 que era para “depurar” modificó el artículo 254 para abrir la puerta a la reelección de los alcaldes y miembros de los concejos municipales.

El argumento sobre la experiencia se ha mostrado diabólico, puesto que ha servido para que se vayan creando feudos en los que se recurre a distintas formas de clientelismo para asegurar un voto cautivo que asegura la reelección casi automática de diputados y alcaldes que en cada período aumentan su control de los distritos electorales a los que corresponden para garantizar que podrán eternizarse en los puestos aún y cuando su gestión sea un modelo de podredumbre e incapacidad.

Una de las reformas urgentes, que justifican el clamor por el cambio del sistema en Guatemala, tiene que ser la de la Constitución en lo que se refiere a las reelecciones porque las mismas no han servidos para que los mejores estén en el Congreso o las Municipalidades, sino para que las picardías les garanticen la permanencia a los zánganos. El transfuguismo es apenas uno de los efectos de la corrupción generada por esa manga ancha para reelecciones. Además, hay que notar que a gente más decente no entra en el juego porque el mismo implica comprar las curules, en el caso de los diputados, además del uso de los recursos provenientes de la corrupción para financiar las maquinarias electorales que aseguran a diputados y alcaldes ganar una y otra vez.

Quien crea que con la reforma de las leyes políticas estaremos resolviendo nuestros problemas está pasando por alto el inmenso poder acumulado por toda esa casta de los reelectos en los puestos públicos con apego a la norma constitucional. Es un poder de tal calibre que no deja opción, en absoluto, para que haya refresco en la dirigencia nacional. Quien no se dispone a jugar con las reglas de juego de un sistema corrupto no tiene ninguna oportunidad frente a esas formidables maquinarias de movilización y generadoras de voto que se derivan de la abundancia de dinero proveniente de mordidas, sobornos y contratos espurios.

¿Cómo se le puede poner fin a la reelección en Guatemala? Desafortunadamente tiene que ser el Congreso el que apruebe la reforma constitucional para sanear el sistema y baste decir que hoy el 90% de los diputados (que debieran votar) van tras su propia reelección.

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