Por Luis Alberto Padilla
Las naciones son conglomerados sociales que suelen compartir historia, idioma, costumbres, religión, territorio y cultura comunes. No deben confundirse con el Estado (que se compone de gobierno, población y territorio) y menos aún con lo que, desde la época moderna se ha dado en llamar el “estado-nación”, creación ficticia posterior a la revolución francesa y a la caída del poder monárquico y de las noblezas feudales en Europa. Y decimos que el estado-nación es una creación ficticia porque todos los estados del mundo, y particularmente los europeos son “plurinacionales”, de modo que no existe ninguna “nación estado” que sea (por mencionar algunos casos) puramente francesa, inglesa, española, alemana, suiza o italiana en forma homogénea. La composición de los pueblos europeos es culturalmente heterogénea y diversa. Otra cosa es la forma como tales pueblos se han ido integrando a esos diferentes “estados nacionales”, establecidos algunos de ellos desde tiempos de las monarquías absolutas (España, Francia, Inglaterra) y otros tan recientemente como Alemania e Italia a fines del siglo XIX gracias a personajes como Bismarck o Garibaldi. En Francia, por ejemplo, coexisten en un estado centralizado los bretones, occitanos, galos, normandos, vascos etc. mientras que en España – reino plurinacional desde la caída de Franco y el restablecimiento de la democracia – un conjunto de pueblos gallegos, andaluces, vascos, catalanes, valencianos o castellanos constituyen un reino plurinacional, que no lleva ese nombre oficialmente, pero lo es.
El Reino Unido es también plurinacional – aunque tampoco se llame oficialmente así – ya que se integra con las naciones de irlandeses del norte, escoceses, galeses e ingleses. Alemania es, igualmente, una nación plurinacional organizada federalmente e integrada por pueblos diversos de origen teutónico como lo son los prusianos protestantes del norte muy distintos de los católicos bávaros en el sur, o de los turingios y suabos sin mencionar a los también católicos austríacos (porque son independientes), mientras que en Italia los lombardos, toscanos, romanos, napolitanos o sicilianos coexisten en un estado centralizado al igual que sucede en Suiza, pues – aunque organizada en forma confederal para respetar la autonomía de los cantones – la “plurinacional” confederación helvética permite la convivencia pacífica de los pueblos romanches, alemanes, franceses e italianos en una democracia directa solo comparable con los 48 Cantones de Totonicapán que – como comentamos en un evento virtual reciente en el que participó el embajador de Suiza – es una auténtica democracia comunitaria. Y de los “plurinacionales” Estados Unidos de América, mejor ni hablar… (por ahora).
Pero todo este largo preámbulo es a propósito de un grave error cometido por Lionel Toriello, un ilustre burgués “panliberal” de centro-derecha (como, suponemos, el mismo se autodefiniría) en un artículo sobre el sistema político “sin verdaderos partidos políticos” que sufrimos en Guatemala publicado en El Periódico del pasado 3 de mayo.
En dicha publicación quien fue durante varios años presidente de la muy rancia, colonial y conservadora “Asociación de Amigos del País” (que editó y publicó los seis tomos de la Historia General de Guatemala) sostiene que en nuestro país existen cinco grandes corrientes de opinión que deberían estar representadas en partidos políticos – pero no lo están – y que para él, en los extremos se ubican los ultraconservadores de derecha, que han gobernado de facto a Guatemala “el 90 por ciento del tiempo durante los últimos dos siglos” (algo en lo cual se equivoca Toriello porque tales gobiernos ultraconservadores datan de la época colonial, o sea que no son dos sino cinco siglos de mal gobierno), quienes – siempre según su punto de vista – no representan más allá de un 15% del electorado y a quienes Toriello llama – dado su colonial origen histórico – “neo-aycinenistas” mientras que en el extremo izquierdo (otro 15% del electorado) se sitúan los – por ahora – “durmientes neo-leninistas” que formaron parte del movimiento insurgente, quienes esperan el momento propicio “para imponer sus mundialmente fracasadas y despóticas ‘soluciones’” que, por supuesto, no son democráticas, pues tales exguerrilleros “antisistema” no creen en las instituciones republicanas y menos aún en la “democracia burguesa”.
Por otro lado, nuestro articulista dice que hacia el centro-izquierda del espectro político se ubican los socialdemócratas que si creen en las fórmulas republicanas (incluyendo las elecciones) y “sin abandonar completamente el sistema de economía de mercado” sostienen que es necesario que “el Estado tome un papel preponderante en la conducción del aparato productivo” mientras en el centro-derecha estarían los “pan-liberales” que incluyen desde “conservadores inteligentes y moderados hasta libertarios” para quienes el rol del Estado en la economía y en la sociedad “debe ser visto con mucha cautela” porque, a pesar de las “supuestas buenas intenciones, su acción termina siendo ineficiente y proclive a la corrupción”. De modo que el centro-derecha pan-liberal se diferenciaría de los extremistas ultraconservadores en que ellos si están dispuestos a convivir (aunque sea “en incómodo equilibrio” dice Toriello) con otras corrientes políticas “si tal coexistencia se da en el marco del respeto a las instituciones republicanas y, en particular, si triunfan en procesos electorales legítimos”. Una última “corriente de opinión” (¿?) sería la de aquellos que solo se mueven para saciar los apetitos de su “panza” en referencia, obviamente, al “pacto de corruptos”, quienes, a pesar de no ser “estadísticamente significativos (un 5% quizá)” tienen “una incidencia desproporcionada en la conducta política de nuestro cuerpo social”.
Evidentemente, la intención de Toriello es proponer una alianza del centro-izquierda socialdemócrata con el centro-derecha pan-liberal (70% del electorado) a fin de impedir que los cínicos corruptos continúen usufructuando el gobierno y estar en condiciones de derrotarlos en los próximos comicios, lo cual es una excelente idea.
Sin embargo, existe un grave error en las apreciaciones de nuestro intelectual de la derecha “pan-liberal” criolla y es que ha olvidado que Guatemala no es una nación homogénea sino que – al igual que Europa y Estados Unidos – es profundamente heterogénea, diversa y, por ende, plurinacional. Y que, además, en nuestro país existe una abigarrada proliferación de organizaciones de los pueblos originarios, imposible de enumerar en este corto espacio, pero que basta con mencionar a dos de ellas, dada la importancia de los documentos presentados para su discusión por sus respectivas organizaciones: 1) El Proyecto Político Un Nuevo Estado para Guatemala: Democracia Plurinacional y Gobiernos Autónomos de los Pueblos Indígenas que contiene los Cuatro Pactos que propone el Consejo del Pueblo Maya y 2) Demandas y Propuestas Políticas de los Pueblos Indígenas de Iximulew elaborado con apoyo del PNUD y facilitado por la organización Waqib’Kej, para percatarse de la gravedad del error en que ha incurrido Toriello, algo atribuible a la visión propia de los criollos guatemaltecos para quienes, desde tiempos de la colonia, los indígenas no existían efectivamente y, hasta la fecha, no se les considera ciudadanos a parte entera. Porque, aunque gracias a Bartolomé de Las Casas y a las Leyes Nuevas de Indias de 1542 los indígenas se salvaron de la esclavitud en la medida que los “pueblos de indios”, como les llamó Severo Martínez, estaban bajo control eclesiástico los encomenderos tenían que recurrir a la Iglesia cada vez que necesitaban su trabajo (forzado).
Y con la independencia las cosas no cambiaron, al extremo que la “corriente de opinión” de la derecha liberal “moderna” y “no-corrupta” los continúa ignorando en pleno siglo XXI. Como historiador que es, nos parece que Toriello bien haría en recordar que para Luis XVI tampoco existió, realmente, el “tercer estado”. Para la nobleza de Francia en 1789 solo existían “realmente” los segmentos de la nobleza y el clero.
Los campesinos y los obreros, al igual que la burguesía, solo eran buenos para trabajar y pagar impuestos. No existían como titulares de derecho alguno. Sabemos lo ocurrido. Y también sabemos cómo ese estallido social – que barrió con la nobleza en Francia – fue evitado en Inglaterra por la revolución de Oliver Cromwell, a pesar de la decapitación de Carlos I. Por eso pensamos que bien harían nuestros “nobles criollos” en comenzar a pensar en la importancia de negociar con las organizaciones de los pueblos mayas – las naciones oprimidas de este país – la refundación del Estado guatemalteco y los procedimientos viables para instalar, en el mediano plazo, una Asamblea Nacional Constituyente Plurinacional, algo que en el corto plazo – las elecciones del 2023 – puede facilitarse si en lugar de un(a) cleptócrata corrupto(a) se elige a un(a) honesto(a) y honorable ciudadano(a), sea este(a) pan-liberal, social-demócrata o maya. Incluir a los pueblos originarios es clave, excluirlos es un grave error estratégico.