Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Nadie pudo suponer o imaginar que la lucha para cambiar al sistema corrupto basado en la impunidad y generador de violencia iba a ser cosa sencilla. Por el contrario, tenemos que entender que es mucho lo que está en juego porque el producto de la corrupción es de miles de millones de quetzales que se reparten entre los contratistas, proveedores y concesionarios del Estado con los políticos de turno y los burócratas que son parte de la estructura, como lo son los dos exsuperintendentes de la SAT que son gente de carrera dentro de la institución, pero que estaban al servicio de la mafia.
Los políticos pueden tener muchos defectos, pero conocen bastante al pueblo de Guatemala, con sus comportamientos y actitudes porque gracias a ese conocimiento es que muchos de ellos se han logrado aplastar eternamente en sus puestos, siendo reelectos una y otra vez sin mayor esfuerzo ni complicación porque entienden la dinámica de nuestra sociedad. Y aunque están preocupados por la actitud de indignación de la gente, desde el principio han apostado a que se puede entretener la nigua y que las protestas se irán diluyendo en medio del cansancio al ver que no se obtienen resultados rápidamente.
Los ciudadanos no podemos dejar que el entusiasmo por acabar con un sistema corrupto que empobrece al pueblo de Guatemala se diluya. El punto central es justamente que la riqueza y la fortuna de los corruptos es a costa del hambre de nuestra gente, que literalmente sufre desnutrición y que no encuentra más oportunidad que la de emigrar a los Estados Unidos aún con el riesgo de perder la vida en la aventura. Porque los recursos que debieran servir para impulsar el desarrollo humano en Guatemala termina en manos de gobernantes, diputados y juzgadores que se han acomodado en un sistema muy rentable para quien carece de escrúpulos y moral.
Su apuesta es llegar a septiembre para que las elecciones “legitimen” a un nuevo gobierno producto de las urnas. De las mismas urnas y de las mismas mañas que generaron todos esos gobiernos corruptos que hemos tenido en los que la diferencia está básicamente en el descaro del modus operandi o el ingenio para hacer los negocios. Pero que todos nos han robado es una verdad absoluta porque es el sistema el que está hecho para que eso ocurra. Y las elecciones no serán sino la certeza, gane quien gane, de que este relevo será como todos los otros que hemos tenido. Porque son babosadas que una elección haya sido castigo para los corruptos para encumbrar a los decentes.
Hoy los beneficiarios de la corrupción se agazapan, adoptan tácticas dilatorias para llegar al mágico mes de septiembre cuando esperan que los votantes acudan a legitimar un sistema podridamente asqueroso. No moverán un dedo para cambiar absolutamente nada porque no van a renunciar a sus canonjías y saben que cuentan con importantes cómplices que, como ellos, lucran con el erario público y dependen del proceso electoral para seguir mamando y bebiendo leche.
Ese es el panorama, el escenario al cual nos tenemos que enfrentar si queremos que Guatemala cambie.