Eduardo Blandón

Una de las tareas pendientes y que la sociedad debe insistir hasta que los responsables escuchen, es lo relativo a la devolución de los bienes saqueados por los políticos en contubernio con el mal empresariado. No basta con encarcelar a los pícaros, lo cual es de lujo en nuestro sistema y muy satisfactorio, sino reclamar también el retorno de lo mal habido.

Lo triste de la estructura del Estado es que a veces ni siquiera llega al castigo de los culpables. No es que los abogados sean audaces o que sus argucias muestren inteligencia superior, lo que sucede es que el sistema legal es tan fácil de vulnerar que casi cualquier leguleyo tiene habilidades para salirse con la suya. No se trata de talento, sino de marrullería.

Con todo, estamos en una especie de compás de tiempo en la que se vislumbran esperanzas. Las protestas callejeras parecen presionar al sistema de justicia que ahora tienen en jaque (al menos en apariencia) a los burócratas aprovechados de los bienes del Estado. Toda una primavera que nos llena de ilusión y nos mueve al compromiso.

Evidentemente no todos los culpables están donde quisiéramos. Los hay fugados y también al abrigo de la impunidad. El Estado tiene pendiente castigar a los empresarios (ya se sabe que no son todos) que sempiternamente se han aprovechado de la fragilidad del sistema. El CACIF no ha hecho su tarea porque está al servicio de sus agremiados y la justicia no la conocen o la reclaman solo para los extraños (o sea, para los que no aparecen en su retrato).

De ellos no esperemos nada que no sea la defensa de los intereses de su grupúsculo egoísta y millonario. La sociedad debe transitar la democracia a pesar del lastre que significan. Y esto pasa por exigir la cárcel para los transgresores de la ley. Prisión y devolución de lo robado. Retorno de lo saqueado, expropiación de bienes.

Vamos por buen camino, pero se puede hacer más. No debemos permitir que la risa sarcástica y la burla de los ladronzuelos (por desvergonzados y carteristas de pacotilla), sea nuestra humillación. La sociedad debe y puede presionar hasta que pícaros «al estilo Baldetti», como Otto Pérez Molina, sigan escamoteando la ley, gracias a nuestra actitud condescendiente.

 

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