Alfonso Mata
Los últimos acontecimientos nacionales, parecieran indicar que lo justo es sinónimo de lo que conviene al más fuerte. Igual sucede con el gobernar: lo realiza el que más dinero tiene, comprando todo tipo de fuerza, para el sustento y crecimiento de sus riquezas. No es nuevo lo que esos poderosos hacen; por años han venido estableciendo las leyes a su conveniencia y cumpliendo con las existentes a su sabor y antojo. Tampoco es nueva la reacción del pueblo que, ante tal estado de cosas, se ha vuelto tolerante y con alto grado de aceptabilidad calla, aunque observa indignado, pero en silencio. Toda insubordinación a dicho credo –que lo digan los jueces probos hombres y mujeres hoy exiliados- es castigado mostrándose ese castigo como justo. Ante la disyuntiva que nace de esa situación, bien vale preguntar a los letrados en leyes y constitucionalistas ¿es justo obedecer a los que tales cosas mandan y a cómo actúan?
Mientras espero respuesta a mi pregunta, algo se sucede sin interrupción: poderes de Estado continúan infringiendo leyes y ordenando mandatos convenientes a sus intereses y a los de sus padrinos y allegados, sin importar en cuánto y en qué eso dañe a los gobernados. No hay relación entre lo que conviene a la ciudadanía y el modo de gobernar. Todo el hacer gubernamental de este momento se realiza, sin escatimar en el uso indebido del erario público; sin pensar en otra cosa que no sea del provecho de “privilegiados”. Lo triste de esta historia es que, los gobernados en tales circunstancias, terminamos obedeciendo y acatando la forma que adquiere la justicia, aunque nos sea ese accionar perjudicial, dejando que otros hagan y deshagan de acuerdo a sus intereses. Se cumple así lo de siempre: sale peor parado el hombre justo y cumplidor. Y en cuestiones públicas, como el pago de impuestos, es el que pone sin pepenar. Es al final el hombre justo, aunque conformista y con menos bienes, el que tributa más y cuando se trata de recibir recibe menos.
Así están las estructuras dispuestas y la organización funciona apuntando a ello. Así el mantenimiento por generaciones de ese sistema, ha llevado a una apreciación social de la cosa pública como “una oportunidad de salir de todo tipo de pobreza”. Y de esa cuenta he visto, que al funcionario que actúa con rectitud y es cumplidor dentro de los cánones de la ley y la justicia, no le apoya el público pues no entiende que no haya sacado ventaja alguna para su propio bienestar y los suyos, cuando estuvo en el poder y tuvo la oportunidad de violentar la justicia o ¿acaso protestamos por la expulsión de gente proba?
En tal orden de cosas, la sociedad ha entendido que lo concierne al interés propio es ser Injusto, sino se quiere caer en el abismo de ser un desgraciado padeciente de injusticias, por ser incapaz de cometerlas. ¡Extraños caminos han tomado esa nueva moral y ética de la experiencia Nacional! que ya Platón hace dos mil años viéndola decía que llevada al punto en que la hemos dejado llegar a las injusticas, esta se vuelve más fuerte, más libre y más poderosa que la justicia. Y eso va para largo.