Por: Adrián Zapata
Hace algunos días, en una columna anterior, escribí sobre el surgimiento de un candidato “outsider” a la Rectoría de la USAC, el colega Jordán Rodas. Señalé el éxito de esta candidatura en su posicionamiento en esa contienda y la necesidad de una alianza entre todas las opciones que están en contra de la corrupción.
Me parece que sabiamente se ha avanzado en este camino. Sin embargo, ante la posibilidad que Jordán Rodas triunfe, ha habido una reacción descaradamente grosera por parte de la opción que todos identifican como expresión universitaria de la “convergencia perversa”, que se manifiesta a nivel nacional en la cooptación de la institucionalidad estatal y pretende desesperadamente evitar ese triunfo. Esta convergencia está integrada, como ya se ha dicho, por las redes político criminales (los políticos cuya fuente de acumulación de capital son los negocios ilícitos con el Estado), aquellos empresarios quieren que nunca más haya una institucionalidad que ponga en riesgo sus intereses, y el narco que subyace. Por eso, lo que está sucediendo en el proceso de elección del nuevo Rector de la USAC es trascendental no sólo para los sancarlitas, sino para la lucha contra esa cooptación a nivel nacional.
Sin importar nuestras simpatías o antipatías en relación al colega Jordán Rodas, es imperioso evitar que se concrete la intención de la “convergencia perversa” de sacar del proceso de elección a quienes podrían votar por él. Esto es muy difícil de lograr, porque el candidato que las representa y sus adláteres, no tiene escrúpulo alguno en los métodos y acciones a impulsar para imponerse sobre la voluntad mayoritaria expresada en la elección de los cuerpos electorales, representantes de los profesores, los estudiantes y los profesionales egresados. Se hace uso de cualquier aspecto formal para evitar que los cuerpos electorales contrarios al candidato de la “convergencia perversa” puedan participar en la elección a Rector. La democracia se tira a la basura, envuelta en los formalismos que se arguyen para ello.
Cualquier acción judicial que se emprenda contra esas decisiones antidemocráticas difícilmente logrará su pretensión, porque la institucionalidad judicial que resolverá muy probablemente está cooptada por la aludida convergencia.
El voraz apetito de las mafias por controlar la Universidad se debe a la intención de utilizarla para consolidar la cooptación de la institucionalidad estatal. De acuerdo con su mandato constitucional y por preceptos contenidos en diversas leyes, la USAC juega un rol importante en el Estado. Está obligada a contribuir en la solución de los problemas nacionales. Es, constitucionalmente, la única universidad pública. Tiene delegados en una gran cantidad de instituciones estatales, a todos los niveles, y participa en los procesos de designación de funcionarios de primer nivel. Incluso elige a dos de los 10 magistrados de la Corte de Constitucionalidad. Y este rol le ha significado convertirse en botín de actores externos a la academia que pretenden utilizarla para definir dichas designaciones. Esto ha llevado a pervertir la política universitaria.
Hacerse del control de la Rectoría de la USAC es parte de la estrategia de los actores mencionados. Por eso, más allá de las naturales y hasta virtuosas diferencias ideológicas que se dan en el ámbito académico, evitar la consumación de la estrategia de la “convergencia perversa” debe ser un objetivo nacional.