Luis Enrique Pérez

En una sociedad en la cual los ciudadanos eligen a quienes han de desempeñar determinadas funciones públicas, votar es una realidad; pero el acierto del voto, en el acto mismo de la votación, todavía no es una realidad. Es una posibilidad. Votar es una realidad porque es un acto que objetivamente ocurre en el tiempo y en el espacio. El acierto del voto es una posibilidad porque, en el acto mismo de la votación, no hay certeza sobre la conducta del ciudadano electo cuando desempeñe las funciones públicas adjudicadas mediante el voto.

Suponemos que el voto es acertado si el candidato electo es por lo menos apto y honesto en el desempeño de las funciones públicas que legalmente le competen. Es apto si puede cumplir, de la manera más idónea, esas funciones. Por ejemplo, quien ha sido electo diputado es apto si puede cumplir, de la manera más idónea, la función de legislar. El ciudadano electo es honesto si no emplea el poder público para enriquecerse ilícitamente. Por ejemplo, quien ha sido electo Presidente de la República es honesto si no emplea el poder público para otorgar a una empresa privada, un contrato a cambio de un ilícito beneficio secreto.
Precisamente porque, en el acto de votación, el acierto del voto es una posibilidad, no es lo mismo ser candidato exitoso que ser funcionario público exitoso. Candidato exitoso es aquel que gana una elección. Funcionario público exitoso, democráticamente electo, es aquel que desempeña, con aptitud y honestidad, las funciones que legalmente le competen, y hasta puede exceder la expectación de quienes votaron por él.
En el desempeño de las funciones públicas adjudicadas mediante el voto, puede haber grados mayores o menores de satisfacción o de insatisfacción sobre la aptitud y la honestidad del funcionario. Es decir, no todos los ciudadanos estarán satisfechos, y surgirá el elector arrepentido, o el elector decepcionado. Y ya que es imposible satisfacer a todos, el gobernante puede esforzarse por satisfacer por lo menos a la mayoría de ciudadanos que votaron por él. Si, en la consumación de ese esfuerzo, también logra satisfacer por lo menos a la mayoría de quienes no votaron por él, puede compensar la pérdida de popularidad provocada por el arrepentimiento o la decepción. Hasta puede llegar a tener una cuantiosa aprobación popular, independiente ya de la votación, y dependiente solo del desempeño apto y honesto de las funciones públicas, y lograr un éxito superior al que logró como candidato.

Quien desempeña funciones públicas adjudicadas mediante el voto, sea el Presidente de la República, o un diputado, o un alcalde, debe convertir el éxito electoral en un éxito del desempeño de aquellas funciones públicas, y así conferirle acierto al voto de los ciudadanos que votaron por él. Este éxito depende más de la aptitud y la honestidad, que de los recursos abundantes. Efectivamente, los recursos inevitablemente son escasos; pero la aptitud y la honestidad es una condición necesaria de un uso más eficiente de los escasos recursos.

En general, la escasez de recursos no debe impedir que el éxito electoral sea el medio para lograr el éxito en el desempeño de las funciones públicas adjudicadas mediante el voto. Tampoco debe impedir, entonces, que el acierto del voto haya sido una posibilidad que finalmente se transforma en una gratificante realidad, precisamente porque la aptitud obtiene el mayor beneficio de los escasos recursos, y la honestidad garantiza que todos los recursos serán asignados para el bien público.
Post scriptum. El voto favorable que deviene desacertado engendra la impopularidad de un gobernante; y si los ciudadanos no pueden destituirlo, y entonces tienen que esperar que termine el tiempo durante el cual ha de gobernar legalmente, la democracia se convierte un ominoso régimen político de tolerada tortura política.

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