Lo que se deja de hacer
El sistema de atención primaria de salud, incluye los servicios de salud prestados por los centros y puestos de salud del Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social (MSPAS) y clínicas del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS) enfocada especialmente a la medicina general, atendidos por médicos, enfermeras y pocas veces por otros profesionales de la salud. Incluye fundamentalmente funciones de atención a pacientes y desarrollo materno infantil. Eso no resulta mal pues entre todos los grupos de población la mujer y el niño constituyen el grupo más susceptible a las influencias beneficiosas o dañinas que ejercen un efecto en su salud.
Lo que olvida o pasa muy por alto el sistema en general, es actuar sobre los determinantes de la salud, haciendo nada o poco hincapié, en los aspectos que en ello juegan los hábitos de las personas.
De gran importancia entre nuestras poblaciones, por frecuencia y persistencia, resultan hábitos como el fumar, beber y comer mal, relacionados todos con empeoramiento de la salud actual y futura. En todo hogar, oficina, lugar educativo, comercio, hay al menos uno de sus miembros con alta probabilidad de tener un mal hábito de los descritos y un número de ellos desconocido, ya con alteraciones por ello a su salud. Otro número, probablemente muy similar, es vulnerable a tener en un futuro tal mal hábito.
La vulnerabilidad a tener un mal hábito, se debe a la posesión de cierto número de características que posee un individuo: biológicas, genéticas, ambientales, psicosociales que pueden actuar juntas o por separado. Pero como a la mayoría de gente le preocupa más la enfermedad que la salud, pasan desapercibidas como noción de riesgo, o su percepción es muy baja a menos que afecte el desempeño de la actividad cotidiana de la persona.
Lo primero que resalta entonces, no solo es la incapacidad de la población para detectar sus vulnerabilidades, ponerles atención, sino que también la del sistema de salud, para medir la situación al respecto dentro de las poblaciones a su cargo. También resalta dentro del sistema de salud, la inexistencia de programas específicos para atender esas vulnerabilidades de forma individual, hogar o comunitaria y de atención especializada al respecto. De tal manera que, al carecerse de mediciones no se aprecia ni la necesidad de ayuda y se carece de respuestas eficaces.
De tal manera que podemos afirmar que, en lugar de atender determinantes, el sistema trabaja en tratamiento de casos; menos en rehabilitación y fuera de esporádica educación a la población, en prevención de hábitos, detección, y atención de vulnerables. Si usamos el alcohol como ejemplo, notaremos que los centros y puestos de salud, carecen de objetivo o de un programa de prevención sobre el uso/abuso de bebidas alcohólicas que apoyen el trabajo del centro con la prevención del alcohol, que podría contribuir, por ejemplo, a:
- Reducir el consumo de alcohol entre los ciudadanos, tanto jóvenes como adultos y ancianos.
- Aplazar el debut alcohólico entre los jóvenes
- Localizar y ayudar a los niños y jóvenes que crecen en familias con problemas de alcohol
- Rastrear y derivar a los ciudadanos que necesitan asesoramiento y tratamiento por alcoholismo.
En los aspectos de modificación de hábitos, también se carece de programas, incluso muchos, por no decir la mayoría de profesionales, carece de entrenamiento al respecto. Ni siquiera se aborda el tratamiento de los problemas relacionados con el alcoholismo. De tal manera que pesa a su alta frecuencia el sistema de salud no garantiza una capacidad de tratamiento adecuada de hábitos y vulnerabilidades y tampoco garantiza la calidad en los esfuerzos de tratamiento, ni individuales ni con enfoques diferenciados que incluyan a la familia, ni aun en el nivel secundario o terciario del sistema.
Los sistemas de información
En Guatemala, con excepción de atención a las carencias nutricionales, no existen programas epidemiológicos de atención a hábitos relacionados con la salud y la enfermedad. De tal manera que, carecemos de información confiable y necesaria, sobre, por ejemplo, incidencia y prevalencia de fumar y de ingesta de bebidas alcohólicas. Sobre la magnitud de esos malos hábitos: número de individuos de gran consumo, de consumo nocivo o adictos y sobre las características de los consumidores. Tampoco sabemos o tenemos registro de cuanta morbilidad atendida tiene dentro de sus componentes casuísticos el consumo o mal hábito. De tal manera que ignoramos el comportamiento de vulnerabilidades y hábitos y de su relación con las patologías que se tienen, a pesar de que, por ejemplo, los medios de comunicación informan que el consumo de alcohol en niños y adolescentes se realiza ahora a edades más tempranas; que en las mujeres dicho consumo ha aumentado. Y se carece también de información de cuántos de estos desean reducir dichos consumos o evitarlos. Tampoco conocemos la relación de este consumo, con variables como educación, nivel S-E, y otros. Tampoco conocemos sobre el uso de los sistemas de atención por los alcohólicos y los problemas que presentaban. Los sistemas de información hospitalarios están llenos de subregistros al respecto.
Por qué es importante saber sobre hábitos
Para la sociedad, para los sistemas de salud, los malos hábitos, conllevan a grandes costes de tratamiento y atención. También hay una pérdida de producción debido a la falta de conexión con el mercado laboral, mayor ausencia por enfermedad, varios casos de jubilación anticipada y muerte prematura. A nivel del hogar el costo social para todos sus miembros es directa e indirectamente alto. En la práctica saber con claridad los costos, se asocia con desafíos para calcular todos, tanto en relación con la definición de lo que se debe incluir, como en relación con la forma en que se valora el área en cuestión. Pero dichos costos a la salud, se ven compartidos por el sistema de salud y económico del Estado y parte por el bolsillo del individuo y su familia: la atención de la salud, los gastos de rehabilitación y rehabilitación, y los gastos de transferencia de ingresos. Lo que al final pude representar miles de quetzales para las familias y millones para el Estado. Lo que si resulta un hecho es que ambos afectados, incurren en gastos muy superiores a la que demanda una persona que no tiene malos hábitos.
Legislación
Veamos el caso del alcohol. Existe el ARTÍCULO 44. Es prohibido libar bebidas alcohólicas y fermentadas en las vías públicas, y las personas que así lo hicieren sufrirán la pena de diez días de prisión simple conmutables a razón de diez centavos a tres quetzales diarios. Esta también la ley de tránsito sobre conducir en estado de ebriedad y la del magisterio sobre los maestros y finalmente el ARTÍCULO 50. Prohibición de venta y consumo a los menores de 18 años de edad. Se prohíbe la venta de bebidas alcohólicas y tabaco en cualquiera de sus formas, a los menores de 18 años de edad, así como su consumo en cualquier establecimiento y vía pública. Ninguna de esas disposiciones se cumple ¿y las sanciones?… ¡exactamente risibles! órdenes ejecutivas fuera de contexto a pesar de que la mayoría de las normas y recomendaciones, se basan en una búsqueda y documentación bibliográfica de literatura científica.
En general, el mayor efecto de la prevención sobre los malos hábitos se logrará, cuando se trabaje de manera holística y con esfuerzos multifacéticos de parte de Estado y sociedad. Por lo tanto, se debe trabajar con un objetivo de prevención del alcohol, en diferentes administraciones y con una combinación de métodos, encaminados a general conciencia, responsabilidad y compromiso individuales, locales y nacionales.
Queda de responsabilidad del Estado “iluminar lo que funciona y lo que no funciona en la gestión actual y venir con propuestas para una mejor gestión en el futuro”.