Los obispos de Guatemala emitieron un comunicado sobre la situación del país a los pocos días de haber hablado claramente de la crisis política nacional. Esta vez usaron de manera contundente el término que usamos para titular este editorial, puesto que dijeron que el escándalo del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social con el tema de la hemodiálisis es apenas una gota más en el océano de corrupción que nos ahoga y esa expresión define perfectamente lo que estamos viviendo en Guatemala, donde la gente sigue muriéndose literalmente de hambre mientras los políticos y sus socios contratistas, proveedores y concesionarios, se embolsan millones de quetzales de los cuales cada centavo llora sangre.

Los obispos entienden que las elecciones no ofrecen una oportunidad para salir de la penosa y dolorosa situación en que se ha mantenido al pueblo y ratifican que no ven opciones más que colores y canciones que no dicen nada y que persiguen exactamente lo mismo. Ya lo hemos dicho, el problema no es la oferta, sino el sistema que no permite que alguien que realmente se proponga cambiarlo tenga derecho a entrar a la cancha.

Pero ellos, como mucha gente, sienten la camisa de fuerza de la institucionalidad que nos obliga a ir a votar por el menos malo. Y dicen que hay que reflexionar bien el voto y usarlo como instrumento ciudadano para promover el cambio. Eso, sin embargo, es imposible porque ellos mismos dicen que no hay opciones y aunque ahora nos surja un político vivo que entienda las aspiraciones del pueblo y use un discurso de cambio, basta ver quiénes le rodean para entender que son más de lo mismo y que no hay tales de una posibilidad de que con toda la misma ralea, se produzca distinta jalea.

Ya verán los obispos y lo veremos nosotros, que en el Congreso no se avanza en la discusión y aprobación de leyes que realmente puedan provocar un cambio en el sistema. Ese sistema es sagrado para los políticos porque si el sistema cambia se tienen que ir a sus casas y le deben decir adiós a sus privilegios y canonjías. Y tendremos que ir, entonces, a las elecciones únicamente confiando en la voluntad de Dios y en que el Espíritu Santo nos ilumine para marcar en la papeleta al que menos vaya a robar, al que menos daño le haga a la gente del país con sus negocios y trinquetes, pero sabiendo que robarán, que habrá negocios y que básicamente cambiarán los nombres, pero no las mañas.

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