Martín Banús
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Sócrates se percató de que todas las clases sociales creían saber, más nada sabían. Pero los peores, decía, eran los políticos…
Observando al país tal y como está en la actualidad, se puede constatar la forma tan deficiente y corrupta en que ha sido gobernado, pero también denota cuán tolerantes y estúpidos hemos sido los gobernados…
Ha sido tal la ineptitud y la idiotez, por no mencionar la perversidad de la gran mayoría de quienes han dirigido la política nacional, en los tres poderes, que ni siquiera han podido copiar, -o si se prefiere-, inspirarse en lo que hicieron otros Estados, fundados mucho más recientemente, y que se desarrollaron acelerada y multilateralmente, como los casos de Israel o Singapur, por cierto, en ambos casos, ejemplos claros de sistemas socialistas…
Cada país presenta, -en función de su historia, de su riqueza, de su cultura y de muchos otros aspectos, pero sobre todo, de la capacidad de sus estadistas y de la calidad humana de su pueblo-, su propia FODA: Es decir, sus fortalezas, sus oportunidades, sus debilidades y sus amenazas. Estas particularidades son las que dan la pauta de cuán rápidamente y hasta qué punto, podría desarrollarse el país en cuestión. Tal cual una enorme empresa, en la que todos ganan, pero también todos, sin excepción, participan… Así, el proyecto de empresa, deviene entonces Proyecto de Nación a 20, 30 o 40 años.
Algunos confunden la Constitución Política de la República con ese Proyecto de Nación (P. N.), pero son dos cosas diferentes. En realidad la Constitución sirve de marco y garantiza los principios inalienables que aquel P. N. debe, no sólo respetar, sino consolidar y ampliar. En otras palabras vemos en ambas figuras, dos caras distintas, de una misma moneda.
Una vez consensuado dicho Proyecto de Nación, se establecen las Políticas de Estado para dar respaldo y solidez a las acciones encaminadas a alcanzar unos objetivos más específicos, realista y prudentemente establecidos, con anticipación y específicamente para cada periodo gubernamental, con objetivos cuantificados a alcanzar obligadamente, en cada actividad ministerial.
Esbozada así, muy pero muy brevemente, se hace evidente que la sucesión democrática de un gobierno tras otro, no debe por ningún motivo, interrumpir el proceso de desarrollo de aquel P. N. Es decir, -y esto es lo más importante en los momentos actuales-, que cada gobierno debe asumir el poder con el compromiso legal e ineludible, de alcanzar las metas que están establecidas y calendarizadas en ese período presidencial. ¡No puede ser de otra manera!
Ese ha sido, a nuestro entender, el gran pecado de la política de Guatemala… La absoluta falta de compromiso y de obligatoriedad para alcanzar objetivos medibles y estadísticamente constatables en cada gobierno, objetivos a gran escala y a largo plazo, no sólo para cumplir con lo prometido durante la campaña electoral, sino especialmente para cumplir con aquella parte de un P. N., que más temprano que tarde llegaremos a tener y cuya carencia da lugar, directa o indirectamente, a prácticamente todos los demás vicios y mañas gubernamentales y no gubernamentales.
Quienes han llegado a la Presidencia de la República han gozado de una libertad de acción y de una discrecionalidad casi total, por eso hay cola de mentirosos o de ingenuos queriendo llegar a la tan anhelada silla, lo que ha dado lugar al latrocinio enfermizo, a la malversación y a todo tipo de excesos, mismos que nos mantienen en un estancamiento vergonzoso en todos los órdenes del quehacer nacional, con la respectiva cauda de vidas inocentes y de subdesarrollo general.
No existe un mecanismo ni figura legal que garantice al pueblo, «al soberano», que su candidato vaya a cumplirle con lo que le ofreció en la campaña, y eso es una estafa admitida sin más, en el proceso electoral. Se trata de un engaño premeditado y del aprovechamiento inescrupuloso de votantes, que a cambio de su voto, esperan infructuosamente recibir algo a cambio. No existe ningún control que permita deducir responsabilidad alguna al candidato por tal «estafa electoral», de donde ha resultado tradicional que sea el más mentiroso quien gane, sin que nada ni nadie pueda evitarlo…
El Político, no debe ser considerado sino como lo que es: ¡Un mentiroso! Su credo se basa en la mentira… ¡Miente! Miente una y otra vez, o de lo contrario sabe que no ganará esa silla paradisíaca… Debe mentir, porque mintiendo es como mantienen viva la esperanza de un pueblo estupidizado y alienado con telenovelas, sexo y violencia. Quizás sea la mentira del «presidenciable» lo que les permite creer que las cosas mejorarán, por lo menos hasta que descubran resignadamente, y por enésima vez, la nueva y a la vez, ¡vieja farsa!
En fin; el mismo sistema político criminal y «pistocrático» de siempre, con el que pretenden respaldar y desarrollar las futuras elecciones presidenciales…