Sergio Penagos
Está bastante claro: tiene que parecer democrático, pero todo debe quedar bajo nuestro control. Sentenció Walter Ulbricht en 1945 antes de asumir el mando en la República Democrática Alemana, al indicar que los partidos comunistas dirigidos por Moscú, debían conquistar el poder en todos los países en los cuales las tropas soviéticas derrotaron a los nazis del Tercer Reich. A más de 70 años de distancia Vladimir Putin no olvida la lección. Tampoco la olvidan los que se dicen anticomunistas cuando les conviene. Los dueños de la finca lo tienen bastante claro, los tontos útiles, como auténticos tontos, no tienen la menor idea de lo que se trata.
Dos años después, en 1947, en un discurso ante el Congreso de la Unión, al hablar acerca de la situación en Grecia donde era previsible la toma del poder por parte de los comunistas, el presidente Truman propone una nueva era de intervención norteamericana de la siguiente forma: en el presente momento de la historia mundial, casi todas las naciones buscan elegir entre democracia y formas de vida excluyentes y no democráticas, porque la elección de los gobiernos con demasiada frecuencia no se hace libremente. Luchamos en esta guerra por establecer una forma de vida que se base en la voluntad de la mayoría. Pero, existen países en los cuales se impone la voluntad de una minoría fundamentada en el terror y en la opresión, en el control de la prensa y de la radio (los medios de comunicación de esa época), en unas elecciones amañadas y en la supresión de las libertades individuales. En el nuevo siglo, esto parece un discurso descriptivo de la era democrática en la Guatemala de los últimos años. Como colofón a su cínico y acomodaticio discurso confesó: pienso que la política de los Estados Unidos ha de ser la de apoyar a los pueblos libres, los que se resisten a ser sometidos por minorías armadas o por presiones exteriores. Pienso que debemos ayudar a esos pueblos para que definan sus propios destinos en la manera que ellos elijan. Abundan los ejemplos de la falsedad de esa retórica almibarada. Al principio del siglo XX, su compatriota y anterior presidente, el señor Roosevelt, ilustra de una forma particularmente notable hasta qué punto el ascenso al poder mundial era una afirmación de las ideas centrales de la política estadounidense. Creía fervientemente en la misión de Estados Unidos, basado en el cumplimiento de su destino manifiesto: extendernos por todo el continente asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino. Para los escépticos tenía una respuesta contundente y directa: El único hombre realmente digno es aquel que cree que la influencia, cada vez mayor de su propio país, es beneficiosa para todos los ignorantes que han tenido la desgracia de nacer fuera de él. Sostenía que el camino hacia la grandeza nacional requería una lucha sin tregua. Afirmaba que: todas las grandes razas dominantes han sido razas luchadoras.
Sobre esa base ideológica implementó su Política del Gran Garrote, basada en la aplicación del uso de la fuerza contra los países que se negaran a aceptar sus ofertas generosas. Al definir su doctrina del Gran Garrote o big stick recomendaba: Habla suave y pega duro. Partiendo del concepto de supremacía, se explica la manera en la que Estados Unidos ha ejercido su poder en América Latina desde el siglo XIX. Su ideología nacional está formada por elementos como el expansionismo, el americanismo, el protestantismo, un sentimiento de superioridad y un orgullo espiritual de ser el pueblo elegido por Dios para proteger del mal al resto del mundo. Sin embargo, es la intolerancia la característica más sobresaliente de su ideología y su geopolítica. Con la llegada de la Guerra Fría creyó necesario imponer un anticomunismo feroz para contener la presión soviética en el mundo libre. El terror al comunismo, ideología contraria a todos los valores del americanismo, provocó que cualquier atisbo de democracia fuera interpretado como un peligro para la seguridad nacional. Se justificó el uso de cualquier medio político o económico para la intromisión en otros países en nombre de los derechos humanos, argumentando que el más fuerte tiene el derecho de imponer su voluntad a los más débiles. Esta intervención se materializó a partir de la concesión de préstamos, el establecimiento de empresas y compañías norteamericanas, la instalación de bases militares e incursiones armadas. Por su parte, la ahora llamada Federación Rusa, dirigida por un émulo de José Stalin, quien en el siglo XXI utiliza el big stick gringo como una política de Estado, para tratar de resucitar a la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas con la fuerza de sus cañones.