Álvaro Pop
“La corrupción es una plaga insidiosa que tiene un amplio espectro de consecuencias corrosivas para la sociedad. Socava la democracia y el estado de derecho, da pie a violaciones de los derechos humanos, distorsiona los mercados, menoscaba la calidad de vida y permite el florecimiento de la delincuencia organizada, el terrorismo y otras amenazas a la seguridad humana.” Decía Kofi Annan, Secretario general de Naciones Unidas en 2004 cuando se lanzaba la Convención de Naciones Unidas contra la corrupción. Con ello el mundo se ponía de acuerdo sobre la existencia y la necesidad de combatir una de las enfermedades más desastrosas para la institucionalidad y el desarrollo de las sociedades contemporáneas.
Ocho años antes, en 1996, en Caracas, Venezuela, los países americanos aprobaron el primer instrumento jurídico internacional en este campo que reconoce la trascendencia de la corrupción y la urgente necesidad de una cooperación internacional entre los Estados para combatirla de manera permanente.
Se ha vuelto reiterada la referencia a la corrupción. Se usa para calificar o descalificar a oponentes políticos, funcionarios de gobierno y candidatos a puestos de elección popular. Es la pérdida de la esencia de un objeto, principio o acción. Es quebrar deliberadamente el orden del sistema, tanto ética como funcionalmente en beneficio personal o de un grupo en particular. Es sacar provecho de posiciones o vinculaciones al poder público en detrimento de la acción del Estado constitucionalmente establecido.
En la mayoría de los casos tiene como características el abuso de poder, aprovecha las debilidades o carencia de procedimientos de transparencia, existe en un débil marco legal; funciona como un excesivo individualismo que violenta los valores éticos, la solidaridad, la responsabilidad y la honestidad.
Florece en una sociedad donde existe la impunidad.
En las últimas dos décadas mucho se ha hecho en todos los países para combatirlo.
Los medios de comunicación y los grupos de la sociedad civil lo han denunciado plantando una lucha contra la corrupción. Sin embargo, en los países en desarrollo como Guatemala muy poco se ha avanzado. Incluso se ha retrocedido.
La lucha contra la corrupción solo puede ser efectiva si tenemos una sociedad digna.
Y esta se consigue cuando cada uno de sus miembros tiene conciencia de su valor como persona, aporta a la evolución del sistema de administración de su sociedad, se sabe reconocido en su identidad, en sus derechos, sus obligaciones, a conciencia y con conocimiento pleno en un Estado que habla su idioma y aprecia su cultura. Todo esto se resume, en una palabra: Ciudadanía. El ejercicio de la ciudadanía no es simplemente ir a votar o conocer sus derechos electorales o cívicos. Es más que eso. Es la suma de los actores conscientes de un Estado de derecho pleno de capacidades y dignidades. Es la convicción de una colectividad que apuesta por la solidaridad en la ruta por objetivos comunes. Y estos se encuentran en la Constitución de la Republica.
La lucha contra la corrupción es el acto más importante del ejercicio de ciudadanía.
«La corrupción es un comportamiento antiguo, hace mucho tiempo ilegal, pero objeto de una práctica tolerada en las altas esferas y por la opinión pública. Hemos entrado actualmente en un período en donde este comportamiento, antes tolerado, ya no lo, es más.» Dijo Pierre Truche Procurador General, Francia. Esperemos que así sea en nuestro país.