Adrian Zapata

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Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por Adrián Zapata

El mundo entero tiene sus ojos en la invasión rusa a Ucrania. Es un atentado al derecho internacional que un país invada a otro. La paz mundial se ve impactada negativamente con este hecho. Múltiples son las voces que se expresan condenando a Rusia. Pero, sin negar lo anterior y reconociendo la indignación que ello produce en muchísimos actores, es también evidente la doble moral de la “comunidad internacional” cuando se expresa manifestando su condena. Por eso las declaraciones de la embajada China en Rusia son pertinentes cuando dijo hace pocos días “No olviden nunca quién es la verdadera amenaza para el mundo”. Afirmó que “de los 248 conflictos armados que se produjeron entre los años 1945 y 2001 en 153 regiones del mundo, 201 fueron iniciados por EE. UU., lo que supone el 81% del número total”. Enumeró en dicha declaración los países que han sido bombardeados por Washington desde la Segunda Guerra Mundial.

Expandir la OTAN hasta las fronteras de Rusia obviamente no es un acto de promoción de la paz. Más bien orilla a ese país a proteger lo que ellos denominan su “seguridad nacional” y, paralelamente, los Estados Unidos logran activar dicha organización que estaba congelada, con el apoyo de toda Europa.

Pero la intención de la presente columna no es explicar, condenar y menos aún justificar el uso de la violencia para resolver los conflictos internacionales. Solo pretende hacer un aporte al análisis sobre la naturaleza de la polarización que se desata con esta guerra.

Realmente lo que está sucediendo es una nueva configuración geopolítica a nivel mundial. Rusia resucitó de las cenizas en las cuales la dejaron los errores del estatizador “socialismo real”. La descomposición de Boris Yeltzin y la claudicación de Gorbachov fueron las expresiones políticas de dicho fracaso. El muro de Berlín cayó, la Unión Soviética implosionó, el socialismo dejó de tener un referente mundial y el mundo dejó de ser bipolar, se volvió unipolar, con Estados Unidos como la potencia hegemónica.

Sin embargo, Putin ha logrado revivir a Rusia como una potencia mundial, aunque aún no hegemónica. Paralelamente, en este mismo período, ha surgido China. El pensamiento de Deng Xiaoping terminó por superar la visión de Mao Zedong y ese país se ha convertido en una potencia mundial que va rumbo a ser hegemónica en el mundo.

Estados Unidos va en declive. La alineada Europa solo tiene recuerdos de su pasado hegemónico.

En ese contexto mundial, la configuración del nuevo mapa de hegemonía política es el que explica este conflicto. Pero la nueva “guerra fría” que pareciera estarse iniciando, no se define por la pugna entre modelos antagónicos. La lucha entre el socialismo y el capitalismo no existe en esta antagonización. Son los intereses de potencias que pujan por impulsar sus intereses en el marco del sistema económico mundial predominante. Por eso, los nostálgicos de derecha y de izquierda no tienen referentes ideológicos sustanciales en esta confrontación.

Lo más de fondo que puede haber en la nueva realidad mundial es la contradicción entre modelos que privilegian visiones con relevante rol estatal y propósitos redistributivos utilizando estrategias autoritarias correspondientes con ese poder político versus los que defienden desgastadas democracias liberales que permiten los roles predominantes de los capitales transnacionales.

En todo caso, un mundo donde prevalezca el multilateralismo y no cuajen hegemonías imperiales es nuestra ingenua esperanza.

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