Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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Alfonso Mata

Como toda nación reciente, la vida política de Ucrania desde su independencia hace 30 años ha oscilado entre las estrechas relaciones con Rusia de la cual fue parte y la fuerte dependencia del apoyo económico, político y financiero de las potencias occidentales. Algo muy similar a nosotros con 200 años de independencia.

Al igual que nosotros en menos de lo que canta un gallo perdió Crinea y desde entonces mantiene relaciones con Moscú marcadas por la hostilidad. Por supuesto, al igual que las hermanas repúblicas europeas, siempre más poderosas que sus antiguas colonias en África y otras regiones, Rusia está utilizando medios militares para evitar que Ucrania se oriente hacia el oeste.

Pero Ucrania no ha sido una perita en miel. Las fuerzas en Ucrania azuzadas por capitales poderosos ya estaban actuando para reducir su dependencia de Rusia. Inmediatamente después de la independencia, los líderes del país comenzaron a tratar de desarrollar buenas relaciones con Occidente y de nadie es cosa no sabida, que en 1994 comenzó a cooperar tanto con la UE como con la OTAN. Pero el interés de las potencias occidentales que, argumentando una falta de voluntad o incapacidad de los líderes ucranianos para superar la corrupción, el gobierno pomposo y la influencia del crimen organizado en la política, la dejaron estar y debilitarse aunque siempre alimentando la llegada de un gobierno más colaborador y menos pretencioso. En efecto, después de la Revolución Naranja de 2004, la pertenencia a la UE y la OTAN se convirtió en el principal objetivo de Ucrania, que se enfrío con Yanukovych en el poder, que dirigió el interés del gobierno que formó hacia Rusia. Ucrania fue entonces un país paria internacional, criticada por su desarrollo antidemocrático. También se olvida que fue boicoteada por líderes europeos y amenazada por Estados Unidos con sanciones económicas y entonces o milagro, surgió un acuerdo de asociación sobre, entre otras cosas, el libre comercio que estuvo listo en 2011, pero la UE pospuso la firma en el futuro debido a problemas políticos internos en Ucrania y dudas de que el país estuviera a la altura de los requisitos de un estado “gobernado por la regla de ley”. Nuevamente surge el acuerdo para la UE en 2013 y Rusia amenazó. La UE condenó la injerencia rusa y una importante opinión ucraniana exigió la dimisión del Gobierno y del presidente porque «robaron el sueño de los ucranianos de incorporarse a Europa». Se desencadenaron manifestaciones y la oposición prooccidental (por supuesto que con la ayuda de intereses internacionales) logró tomar el poder. En ese maremágnum Crimea, dominada por Rusia, después de un referéndum liderado por Rusia se torna independiente (que pasó y pasa con nuestro Belice). La propaganda no se hizo esperar, la crisis fue descrita entonces como la peor en Europa desde la Guerra Fría. Desde la Segunda Guerra Mundial, ningún estado europeo había conquistado e incorporado territorio de otro país por la fuerza (Malvinas a saber). El nuevo gobierno de Ucrania se apresuró a ponerse del lado de la UE al unirse al Acuerdo de Asociación hasta llegar al actual estado de cosas.

Bueno dice uno, viejas historias similares que derrotan el tiempo. Los poderosos peleando por lo que no les pertenece y estos países pequeños con grandes ilusiones, pasando de mano en mano, sin ganar más que sufrimientos en sus pueblos: ¿qué ha sido de Rumania, Yugoslavia, Checoslovaquia bajo el manto de la madre Europa? Lustradora de sus zapatos–dirían los abuelos.

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