Sergio Penagos
En Colombia los liberales invitaron a los primeros misioneros protestantes a su país, sobre la base de una estrategia que tenía como uno de sus objetivos principales, impulsar alternativas religiosas que ayudaran a quebrar o, por lo menos, debilitar el predominio católico en los campos cultural y político. Esta invitación fue aceptada por la Junta Presbiteriana de Misiones de los Estados Unidos. De esa forma, los presbiterianos iniciaron actividades en Colombia en 1856 cuando arribó el misionero Henry B. Pratt. En 1861 se inauguró la primera congregación presbiteriana en Bogotá.
Veinte años después, en 1881, Justo Rufino Barrios estaba tratando de reducir el poder de la Iglesia Católica en Guatemala. La señora Frances Cleaves, esposa de un hacendado estadounidense y amiga del presidente, escribió una carta a la Board of Foreign Missions (Junta de Misiones) de la Iglesia Presbiteriana en Estados Unidos, solicitando que enviaran a una persona para fundar una iglesia evangélica en Guatemala, con la intención de contrarrestar la injerencia de los curas en los asuntos del gobierno. Como el envío de la carta y los preparativos demoraban, el presidente se irritó y aprovechando un viaje a Nueva York, fue personalmente a las oficinas de la Junta y, en noviembre de 1882, se trajo, literalmente, a John Clark Hill para que fuera el primer misionero presbiteriano en Guatemala. La simpatía de los misioneros protestantes por el proyecto liberal no obedecía únicamente a afinidades ideológicas, sino también a intenciones estratégicas, ya que para los protestantes era importante contar con el apoyo de los liberales en su empresa misionera. Las misiones protestantes, aunque poco numerosas al principio, jugaron un papel central en esta revolución liberal y cultural. Los pastores norteamericanos creían que su labor era reformar, no sólo las almas de los guatemaltecos, sino también sus mentes, costumbres y espíritus. La estrategia más eficiente de los presbiterianos, con miras a la difusión de sus ideas, fue la de fundar colegios confesionales llamados Colegios Americanos, que alcanzaron mucho prestigio como centros educativos no católicos.
Con esto, los liberales no se sacudieron la injerencia religiosa, sólo cambiaron de patrón sin llegar a realizar una verdadera secularización. Por secularización se entiende el tránsito de lo religioso a lo secular o laico. El término sirvió para designar el traslado de la propiedad de ciertos bienes patrimoniales, de manos de la Iglesia a manos del Estado o de propietarios civiles. De esta acepción jurídica pasó a ser una acepción política, para denominar así a la emancipación de los poderes estatales con respecto de la tutela ideológica de las iglesias. Finalmente, la secularización ha venido a significar la desvinculación y emancipación de una sociedad y de una estructura gubernamental, de las instituciones religiosas tradicionales. Por eso, secularización incluye todo un proceso adverso a la implantación social de la religión. Los historiadores y sociólogos, favorables a la tesis de la secularización o de sus equivalentes, sostienen que Occidente se encamina hacia una cultura completamente secularizada y post cristiana. Otros estudiosos, y no siempre desde prejuicios confesionales, entienden que Occidente está conociendo una profunda reorganización de sus valores religiosos, consistente en que su tradicional creencia, sobre todo católica, queda progresivamente sustituida por otras corrientes, cuya función es semejante a la religión tradicional y que, por tanto, deben ser consideradas funcionalmente religiosas.
Es importante analizar la articulación de estas organizaciones religiosas fundamentalistas, con el poder que ejercen determinadas familias y sus redes políticas. Estas familias intentan estructurar partidos políticos confesionales para lanzar, con probabilidades de éxito, a sus candidatos a las elecciones generales y legislativas. Este tipo de movilización religiosa y familiar facilita también negociaciones de tipo corporativo con el Estado. Así se evidencia que la meta última de estas estrategias, es el fanático desbordamiento de lo religioso en el campo político, para aprovechar los recursos del Estado y desplazar a la iglesia católica de su relación exclusiva y privilegiada, beneficiando a los nuevos actores religiosos que utilizan la novedad y el mercadeo en el plano religioso; así como la negociación corporativa en el plano político, con la meta de incrementar sus privilegios y prebendas.
La tradicional cultura católica se apoya en sus símbolos emblemáticos y bien posicionados: el templo, colocado en la plaza central de los pueblos que sigue siendo, por lo general, el edificio más alto del paisaje con su torre coronada por una cruz y un campanario, símbolos del poder que tuvo la Iglesia Católica, hasta hace poco tiempo, regulando e interfiriendo en la vida pública y privada de los guatemaltecos. Cada templo evoca el poder encarnado en el párroco del municipio, quien, como un eslabón más de todo el sistema jerárquico de la iglesia católica, ha sido el personaje de mayor autoridad e influencia en los municipios.
Los liberales para contrarrestar la hegemonía católica colocaron frente a la iglesia, en el parque de cada pueblo, el busto del tirano Barrios, que sigue recibiendo las deyecciones de las aves.