Alfonso Mata
Mi amiga me manifestó: «dejaría de ser Guatemala pues de siempre ha sido así», cuando le comenté que, si uno vuelve los ojos hacia la política o hacia la sociedad, ya sea a través de los medios de comunicación o las redes sociales o experiencias propias, siempre se topa con los mismos hechos de carácter nacional o local. Con un pensar, actuar; sentir y consentir, llenos de contradicciones y reclamaciones de unos y usurpaciones de otros, aunque viendo hacia las mismas ambiciones, que no llaman ni a tolerancia ni solidaridad, pues raras veces se topa uno dentro del medio nacional, con aportaciones y aspiraciones, opiniones, deseos y acciones, que apunten como dictado nacional, a un vivir y trabajar por o para el bien común. Verdadero sendero para la democracia.
Vivimos entonces los unos y los otros, individuos y pueblos, en constante viacrucis de rebelión y una lucha inútil con muchas aristas fuera de nuestro alcance. Pueblo y Gobierno, perdemos control sobre lo justo y equitativo. Vivimos atormentados, llenos de restricciones e impedimentos, persiguiendo cabal cumplimiento de dependencias y caprichos, que nos alejan de los demás y cuyas riendas escapan de nuestro control, a menos de que actuemos al margen de la ley y la Justicia: un poco muchos, mucho pocos. De esa cuenta, ni corrupción política ni solidaridad social, están libres de consecuencias desbaratadas y de manifestaciones a diestra y siniestra de frustración ansiedad violencia inconformismos, que registran los medios a diario en todas las actividades nacionales sean de índole pública o privada. Mi amiga entonces me echó de ver: ¡Por Dios! en qué noble y leal ciudad del mundo, existe algo de lo que pretendes. Cualquier terrible verdad que digan los medios no es más que entretenimiento para nuestra mente. Somos un pueblo de apasionados; por eso, aunque nos duela mucho, aunque nos hiera lo que nos hagan otros, podemos reír, pues si tomáramos la vida en serio, ya nos hubiéramos despedazado. Todo lo que huele a bien común, carece de fondos para nuestro espíritu y pensamiento. Somos peripatéticos en planes y proyectos propios, no se diga de otros. Somos dulces, revestidos de vinagre y agruras y eso no por descuido mayúsculo: es una manera de gobernarnos política y hogareñamente, lo que nos suministra los fundamentos de ese estado de cosas. Es el gobierno y la sociedad, la que maneja debido orden y los elementos para mantener que seamos así. No hay entonces ni culpa en unos, ni inocencia de otros.
Las observaciones de mi amiga, no me produjeron fruncimiento del entrecejo, pero me hizo pensar que somos una cultura o tradición o ambos, que vivimos dentro de un pasado que modula nuestro presente y forja nuestro porvenir. El respeto a la tradición son los cimientos que modulan nuestro vivir y el cambio y el progreso aún son cimientos de paja. Lo que deja entender que los esfuerzos que hacen pocos ante ese desalmado porvenir, es más que loable, pues navegan en mares tormentosos y contracorriente y eso también nos lo informan los medios, aunque lamentablemente queda en admiración, sin pasar ni caer en buena imitación.