Por: Adrián Zapata
El pasado 16 de enero se cumplieron 30 años de la firma de la paz en El Salvador. El documento se suscribió en la Ciudad de México y su relevancia internacional fue de primer orden. Para el pueblo salvadoreño significó el fin de una guerra civil que produjo 75,000 muertos y 8 mil desaparecidos. Las partes firmantes fueron el FMLN constituido 12 años antes e integrado por las organizaciones revolucionarias que impulsaban la lucha armada y el gobierno derechista del partido ARENA, encabezado por el Presidente Alfredo Cristiani. Además de finalizar el conflicto, también produjo, entre otras cosas, la limitación del poder el ejército, instaurar el sistema democrático, y crear una policía civil.
Sin embargo, para el carismático Presidente Nayib Bukele, estos acuerdos fueron una farsa, ya que no significaron ningún beneficio a los salvadoreños y permitieron un acuerdo inter elitario que posibilitó que durante tres décadas, el ejercicio del poder político se ejerciera de manera alternativa entre el FMLN y ARENA, situación que en las pasadas elecciones fue rechazada categóricamente por el pueblo salvadoreño, reduciendo a su mínima expresión a dichas fuerzas políticas e irrumpiendo de manera arrolladora el triunfo de Bukele, cuya popularidad se mantiene, situándolo como el Presidente con mas simpatía popular en América Latina.
La mayoría legislativa que consiguió el partido de Bukele le ha permitido aprobar lo que él quiera y, además, le ha sido posible avanzar en la cooptación de las cortes y, en general, de la institucionalidad estatal. El ejército también ha sido un apoyo trascendental para su gestión.
Utilizando esa mayoría legislativa, el Presidente logró que la Asamblea aprobara un acuerdo que eliminó la conmemoración oficial de los Acuerdos de Paz. En el dictamen que sustentó la decisión se argumentó que “los referidos Acuerdos, lejos de representar un beneficio para la población salvadoreña, se constituyeron como el inicio de una era de corrupción, dejando en el olvido por décadas los derechos y las necesidades más básicas de la población, como es la salud, educación, vivienda y la justicia social”. Critica el dictamen que los acuerdos crearon “la falsa idea de una sociedad más justa, que nunca llegó”.
En su lugar, la Asamblea aprobó fue conmemorar esta fecha, 16 de enero, como el día nacional de las víctimas del Conflicto Armado. El argumento de Bukele para ello es que “… de ahora en adelante… dejaremos de conmemorar a los que ordenaron sus muertes y empezaremos a conmemorar a quienes si deben ser conmemorados”, en referencia a las 75 mil víctimas del conflicto.
Está claro que para Nayib Bukele la historia comienza con él. Antes, nada vale la pena, todo se inicia con su gestión. Trata así de enterrar los dos actores políticos de estos 30 años e inaugurar, de ahora en adelante, la Era Bukele, la salvación de El Salvador.
Parte de su discurso es veraz. La corrupción campeó en los gobiernos de ARENA y el FMLN, las expectativas creadas por los acuerdos de paz no corresponden con la situación actual del pueblo salvadoreño. Hay frustración social generalizada. Su triunfo electoral y la simpatía con que cuenta es debido a esa frustración. Pero, además, hay acciones determinadas en su gestión gubernamental, que efectivamente benefician a la población.
Sin embargo, a mi juicio, esta acción de Bukele y de la Asamblea Legislativa es oportunista, irresponsable y peligrosa. No pueden borrar la historia porque así le conviene a él y su proyecto. La democracia liberal difícilmente puede sobrevivir con un liderazgo de esa naturaleza, aunque justo es reconocer que, hasta ahora, en nuestros países la misma es un chasco como un régimen capaz de transformar la oprobiosa realidad en que viven las grandes mayorías.