Alfonso Mata
En todas las ciudades de Guatemala, su población se organiza en grupos, que existen sin mutuo o solo poco contacto de estilos y modos de vida. Pequeños mundos dentro de uno mayor llamado gobierno, el cual guía sus vidas, y de cuyas determinaciones buenas y malas, todos los miembros de todos los grupos dependen, aunque al final, la cultura de cada grupo, conforma islas separadas las unas de las otras, por estrechos de incomprensión infranqueables. La llamada alta sociedad, con su discrepancia cultural y financiera, apenas tolera en su seno a extraños de otros grupos y viceversa. Los políticos viven dentro de su peculiar y corrompido círculo, arrojándose sobre esto, o sobre aquello. La alta y baja burguesía, encadenada a instituciones públicas o empresas privadas, se devora entre sí y baila dentro de una cultura errática, compartiendo vida y posiciones, hora de acá, hora de allá, de los otros grupos.
Lo anterior tiene una razón. Las peripecias y aventuras de la vida escolar o del adolescente, ya no se comparten entre clases sociales pues, la calle, los parques, los campos de diversión, han dejado de ser el lugar de reunión de todos, dando paso a aplicaciones digitales que inundan de mundos y realidades virtuales, que segregan y configuran estilos de vida con vivencias de realidad fantasiosa, formando discretos círculos que no interseccionan y no fomentan un nicho ni social ni político, de interés nacional.
El centro de la vida se ha vuelto lo sensual y el acaparamiento en donde, poco a poco, la vida provinciana deja de existir, engullida por una soledad, en que lo único que cabe es el placer y la satisfacción personal. Y los lugares públicos son escenarios de discusiones, excitadas por lo absurdo, que se desarrollan alrededor de la vanidad y codicia, por ser el primero y el mejor en apariencias. Ya no se hace cultura, se imita la de gente de mundos lejanos; habitantes de la otra orilla del mundo en que uno vive. Ya no existe la ilusión de compartir, contemplar, formular y meterse de lleno para cambiar el vecindario, la provincia, el país. De tal manera que el universitario, el obrero, creo que todos, andamos diciendo y en busca de las mismas cosas, que son las que nos motiva esa maquinita de divulgación de todo. Así que no es extraño en reuniones de jóvenes, escuchar que todos andan diciendo casi las mismas cosas, que tienen que ver con un estilo de vida de exhibición, mientras a su alrededor se suceden los mismos problemas que nosotros vivimos hace cuarenta años, sin que ellos caigan en cuenta y poco se percatan del derrumbamiento político, social y ambiental de su entorno o poco les importa. Y si uno los observa atentamente, se da cuenta que el único interés visible universal está en cambiar constantemente de apariencia y su mente gira alrededor de generar sorpresa y un explicable placer de verse en un plano igual o superior al vecino de mesa, de aula, de trabajo. La afición de enderezar entuertos ha muerto.