Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

post author

Por: Adrián Zapata

La izquierda latinoamericana podría estar efusiva porque el continente se está tiñendo de rojo, o al menos de rosado. Las derechas estarán angustiadas por ese avance del “progresismo” y seguramente ya hacen planes para derrocar los gobiernos de tal tinte o, al menos, evitar que se impulsen sus proyectos transformadores.

Entre el 2020 y el 2021 las izquierdas ganaron las elecciones en Bolivia, Perú, Honduras y Chile. Bolivia demostró que los pueblos indígenas siguen siendo los actores principales en ese escenario político. En Perú, Castillo, con todo y sus zigzagueos, se mantiene en el poder pese a la inestabilidad política que produce la potestad constitucional que tiene el Congreso de decretar la incapacidad moral –intelectiva- del Presidente.  En Honduras ganó la presidencia la esposa de quien fuera derrocado mediante un golpe militar propiciado por las derechas de ese país, con la bendición de los Estados Unidos. Y en Chile, las fuerzas políticas tradicionales fueron desplazadas, tanto las de izquierda como las de derecha. Boric representa un “progresismo” que pretende ser innovador y enterrar el neoliberalismo pinochetista, tarea histórica que la Concertación, fuerza política tradicional de las izquierdas, no pudo hacer.

Venezuela sigue del mismo color, pese al espectáculo montado por las derechas del continente con Juan Guaidó como el payasito. Nicaragua se pinta del mismo tono para aparentar ser de tal signo ideológico.

Cuba, a pesar de los problemas, continúa firme en su proyecto socialista. Argentina ya había dado ese paso hacia la izquierda en el 2019 y en México la izquierda barrió con las derechas en el 2018, con un Presidente cuyo carisma continúa siendo predominante.

Ahora, en el presente año, todo indica que las izquierdas pueden ganar las elecciones presidenciales en Colombia y en Brasil. El uribismo ya está casi enterrado, paradójicamente, Duke, su hijo putativo, ha sido su sepulturero. Lula volvió a la carga, después de demostrar la instrumentalización de la justicia por parte de las derechas para evitar que triunfara en las últimas elecciones y se pudiera elegir al impresentable Bolsonaro. En El Salvador, Bukele se asume progresista y enfrenta el “intervencionismo” extranjero de parte de los Estados Unidos y Europa.

Ahora bien, sería un error deducir de todo lo anterior que las elecciones favorecedoras del “progresismo” son resultado de una definición ideológica contundente por parte de los ciudadanos. Es el hartazgo de los pueblos ante la política que ha sido pervertida por un sistema de partidos que perdió la capacidad de ser los intermediarios entre la gente y el poder. La democracia representativa está gravemente herida.

También los pueblos se han sublevado ante los efectos de modelo neoliberal que hegemonizó por cuatro décadas. La desigualdad se hizo grosera y la concentración de la riqueza en el mundo se incrementó vertiginosamente. Se disparó la pobreza. El mercado fue el monarca absoluto, el Estado de Bienestar de difuminó o al menos se debilitó sustancialmente donde existía. Los privilegios de unos pocos, élites empresariales y algunos suertudos de las clases medias aspiracionales, terminaron por indignar a la gente. La inseguridad se incrementó y el crimen organizado, particularmente el narcotráfico, se convirtió en un actor con cuyo poder no pueden competir los estados nacionales de América Latina. La pandemia hizo estragos, principalmente entre los mismos de siempre.

Y todo eso, en una situación geopolítica en la cual Rusia recupera un importante rol internacional después de la debacle de la URSS, luego que Boris Yeltsin evidenció la decrepitud del régimen y Gorbachov lo sepultó, con el aplauso de los Estados Unidos. Mientras que en China, Deng Xiaoping enterró con honores a Mao Zedong y se impulsó el “socialismo de mercado”, que ahora sitúa ese país camino a ser la potencia hegemónica mundial en el mediano plazo. Estados Unidos, aún preponderante militarmente, pierde su hegemonía geopolítica.

En ese contexto, ¿qué irá a pasar en este paisito nuestro, con los liderazgos “holísticamente miserables” que tenemos?

Artículo anteriorLa prensa bajo asedio
Artículo siguienteLas coaliciones en sistemas presidencialistas, ¿la vía para la oposición en 2023?