El mortal accidente en México de un tráiler lleno de migrantes, casi todos guatemaltecos, vino a colocar en el meollo de la agenda nacional el tema de las carencias que obligan a tanta gente a emigrar, dejando atrás no sólo a su país sino a sus familias, en un desesperado esfuerzo por mejorar las condiciones de vida de todos sus parientes cercanos mediante el envío de remesas ganadas, literalmente, a costa de sangre, sudor y lágrimas. Los testimonios que se han ido publicando sobre el drama provocado por ese brutal percance vial que ha cobrado tantas vidas y ha conmovido no sólo a Guatemala y México sino al mundo entero, ponen de manifiesto la cruel realidad que hay detrás de cada uno de los migrantes, quienes han tenido que tomar la decisión de emprender ese difícil y peligroso viaje que, sin embargo, se convierte en la única esperanza para los más pobres en un país donde no se hace absolutamente nada para mejorar la calidad de vida de la población y ofrecerle, al menos, oportunidades.
El migrante no viaja por placer ni lo hace por aventura. Tiene que caer en manos de los “coyotes” que trafican seres humanos porque es su única oportunidad en un país donde no se piensa en el drama cotidiano de millones de personas. Ahora que Giammattei fue a decir en Estados Unidos que somos una democracia porque así lo establece nuestra Constitución, tiene que darse cuenta de que la misma Carta Magna dice que el Estado se constituye para promover el bien común y eso, como la democracia, queda nada más como letra muerta de la ley, pero no se traduce en nada práctico ni efectivo en la vida cotidiana.
Duelen las muertes de tantos compatriotas que, desesperados y frustrados por la realidad en que viven, se ven forzados a emprender esa riesgosa aventura. Pero tenemos que entender que el origen de todo está en esa profunda perversión que se hizo del Estado para convertirlo en un negocio en el que lucran unos cuantos que acumulan dinero y privilegios mientras el resto de la población languidece y quienes no se dan por vencidos no encuentran otra salida que la de tratar de ingresar a Estados Unidos, donde pueden ganar lo suficiente para garantizar el sustento de sus familias.
No podemos permanecer indiferentes y la misma cólera que nos provoca la actitud de los “coyotes”, que merecen el más severo castigo, debe generarnos la actitud de quienes marcan y ejecutan la ruta del país, sobre todo en el tema del desequilibrio económico. Lo peor de todo es que ahora son esos migrantes los que, con su trabajo y las remesas que producen, mantienen nuestra economía y dan prosperidad no sólo a todos los guatemaltecos, sino especialmente a los que se enriquecen con la fiesta de la corrupción.